Ya tenía razón el viejo Baudelaire, cuando al lamentar el nuevo invento de la fotografía a finales de la tercera década del Siglo XIX, se vino lanza en ristre contra las nuevas hordas que, según él, inspiradas por el espíritu de Narciso habrían de inundar el mundo con imágenes a su imagen y semejanza.
Lo anterior viene a cuento porque desde hace ya varios años me han llamado la atención los cartoncillos y pequeños panfletos que adornan, desde quién sabe cuándo, las paredes interiores de las cabinas telefónicas, aquellos famosos cubículos pintados de un rojo encendido, del centro de Londres.
Fuera de despertar en el visitante una gama amplia de pensamientos, que van desde la curiosidad hasta el morbo que hace volar la imaginación en múltiples direcciones; pasando por la siempre no bien recompensada ilusion de ver en ellas a alguien conocido (“Hola, he visto tu foto en una cabina del centro…”), las fotos en su mayoría hablan de pecados al descubierto, a punta de ser puestos en marcha con la sóla acción de marcar el número indicado.
Es pues, un mercado a los cuatro vientos donde la mercancía está virtualmente al alcance, a cinco colores con texto informativo donde el sexo se vende utilizando la imagen como anzuelo, cuando no de señuelo, con la cual atraer al incauto visitante que entra a la cabina a llamar al, o la cónyugue que ha quedado en la provincia a la espera del regreso del respectivo, una vez que la conferencia o diligencia en la capital hayan terminado, (“Adiós querida, que tengo otra llamada importante por hacer…”).
Que el acto sexual, quizás la más íntima interacción llevada a cabo por dos seres humanos, con pleno conocimiento de causa, se anuncie a grito herido desde laminas cromadas y potencialmente olorosas a almizcle, no deja de ser de cierta forma una sorpresa para quien la observa desde una cierta distancia.
No deja de ser interesante, de todas formas, la manera como se presentan los artículos de este consumo sexual a los clientes potenciales. Casi todos, con contadas excepciones, han sido producidos de manera profesional con evidentes muestras de experiencia en el manejo de las herramientas del photoshop, ese arte computarizado al servicio de las masas.
Arte común que trae a la memoria antiguos preceptos de expresión callejera, usado desde siempre en panfletos de protesta contra la represión official o los desmanes de antiguas o presentes aristocracias; caricaturas que ridiculizan y dan pie a la sorna popular desde las paredes donde han sido adheridos con pegante en mitad de la noche, llamando a la risa como injuria, alivio o desagravio.
Volviendo al viejo Baudelaire, poeta maldito por antonomasia, crítico por convicción y defensor acérrimo de la pintura, nunca pudo haber imaginado en el más lúcido de sus viajes de opio el alcance de su furioso dictum denostando de la aparición del nuevo invento:
“Es inútil y tedioso representar lo que ya existe, porque nada de lo que existe me es satisfactorio…Prefiero los monstruos de mi fantasía a aquello que es positivamente trivial…”
Más claro no canta un gallo.
Arte común que trae a la memoria antiguos preceptos de expresión callejera, usado desde siempre en panfletos de protesta contra la represión official o los desmanes de antiguas o presentes aristocracias; caricaturas que ridiculizan y dan pie a la sorna popular desde las paredes donde han sido adheridos con pegante en mitad de la noche, (...)