Me dirijo a vosotros, que tantas cosas me habéis enseñado a través de vuestras obras artísticas y literarias, de vuestros pensamientos mejores, de vuestra sensibilidad demostrada a lo largo de la historia en distintos terrenos creativos y profesionales. Pero junto a este reconocimiento, os recuerdo que he tenido que pelear –como todas las mujeres- contra vuestras ideas discriminatorias, contra vuestras prácticas machistas y prepotentes.
Quiero contaros, queridos hombres, que las mujeres no somos ya esos seres indefensos, dependientes, sometidas al dictado de vuestros planes o caprichos. Ya no cumplimos con la imagen que para nosotras fabricasteis.
Y, después de tanto cambio, de tantas cosas aprendidas, de tanta pelea, cada día las noticias nos recuerdan que, en las relaciones con vosotros, no se ha dado una transformación paralela. Es más, seguimos siendo maltratadas, asesinadas, por algunos hombres que nos deben considerar meros objetos de su propiedad.
Y todas nosotras, individualmente y como grupo, sentimos en nuestra piel el dolor de las víctimas de la violencia machista, y nos dañan los golpes que reciben otras, tan semejantes a nosotras. Y cada asesinato, amenaza, mal trato que sale de manos de estos hombres, nos espanta, y gritamos contra ello.
Espero que la gran mayoría de vosotros lo sintáis también así. Pero, sin embargo, parecéis paralizados, desorientados y, como grupo, no os oigo condenar abiertamente a esos agresores machistas que envilecen con sus actos al colectivo masculino y con quienes, espero, no queráis ser confundidos.
Pero os recuerdo que ellos, los asesinos de mujeres, os guste o no, forman parte de vuestro sexo y de vuestro género; y sus víctimas son parte de mi grupo de pertenencia. Y no me sirve que digáis –individualmente y por lo bajo-: “yo no soy salvaje como esos”. Estoy convencida: no sois como ellos, pero nada hacéis para que esto cambie, sino que en otros terrenos apoyáis, con vuestra actitud, viejos estereotipos de prepotencia y dominación que fomentan el que estas y otras cosas sigan ocurriendo.
¿A qué tenéis miedo para que, desde instituciones privadas o públicas –da igual administraciones, sindicatos o empresas- mantengáis estructuras machistas y guardéis silencio? ¿Es que creéis que todavía las mujeres debemos ser vuestras mecenas –emocionales y domésticas- para que vosotros os dediquéis a tareas ajenas a la familia? ¿Es que todavía creéis en el mito de que el hombre es quien debe mandar porque es el que lleva el dinero a casa?
Parece que no queréis enteraros de una realidad generalizada dentro de la estructura económica, social, consumista: para sustentar un hogar, una familia, se debe contar con dos sueldos. Y la mayoría de vosotros, los hombres, seguís actuando como si el mito de ser los “cabeza de familia” se sostuviera aún, y muchos hacéis como si la casa y sus habitantes no fueran motivo de vuestra preocupación.
Ante estas y otras circunstancias, las mujeres nos vemos obligadas –queramos o no- a mantener un pie apoyado en lo doméstico, en los cuidados la casa, de la cocina, de ancianos y niños, y a colocar el otro pie en el terreno laboral, donde tampoco se nos regala nada: bien al contrario, muy a menudo se nos desvaloriza y aparta de cualquier promoción o reconocimiento.
Y nos sentimos solas mientras ¡tantos de vosotros! guardáis silencio ante la violencia que ejercen vuestros semejantes, y anteponéis las horas extras en la oficina o la fábrica, y los partidos de fútbol ¡cómo no! a la atención de los hijos, de la pareja, del hogar.
Será difícil lograr que no se repitan actos violentos contra las mujeres mientras vosotros, los hombres, sigáis en silencio y manteniendo viejas costumbres machistas.
Y será imposible conciliar la vida familiar y laboral mientras sólo sea la mujer quien lo desee o se sienta obligada a intentarlo.
Parece que no queréis enteraros de una realidad generalizada dentro de la estructura económica, social, consumista: para sustentar un hogar, una familia, se debe contar con dos sueldos. Y la mayoría de vosotros, los hombres, seguís actuando como si el mito de ser los “cabeza de familia” se sostuviera aún, y muchos hacéis como si la casa y sus habitantes no fueran motivo de vuestra preocupación (...)