A pesar de que tanto historietas como los chistes gráficos tienen tantas caricaturas como gracia, las caricaturas no son ni cómics ni chistes gráficos. Aunque llenen las viñetas de tebeos y de ilustraciones burlescas en periódicos, la caricatura no pertenece únicamente a sus páginas y, como la risa, se escapa de ellas.
Hablando con propiedad y con diccionario, la caricatura es un estilo de dibujo satírico basado en la exageración de los rasgos más característicos de una persona y, por extensión, toda obra que ridiculice de este modo el modelo que tiene por objeto. El retrato grotesco que busca criticar y desprestigiar a personajes políticos encontró su lugar en las “hojas volantes” del británico William Hogarth y, posteriormente, en los revistas satíricas inglesas (Punch, Vanity Fair) y en la prensa diaria del XIX, donde aparecerían también las primeras tiras cómicas utilizando un estilo igualmente caricaturesco. Aunque su origen se pueda rastrear más atrás en la historia, es gracias a los medios de masas que estos retratos alcanzan su auge hasta nuestros días, donde la televisión ha dado un apoyo más con programas como Las noticias del Guiñol, Muchachada Nui o Polònia. Poseedora de una fuerza capaz de ajar relucientes ídolos ya no con la fuerza de mil palabras sino con el impacto de una sola imagen, la caricatura es en un arma arrojadiza y peligrosa.
No hace tanto que se puso el grito en el cielo cuando hubo todo aquel revuelo por las caricaturas del profeta Mahoma en Dinamarca, una tensión que todavía no se ha resuelto. Muestra de ellos es que, hace poco más de un mes, el caricaturista bajo el pseudónimo de Gregorius Nekschot (“neckschot” significa “tiro en la nuca”) fue detenido en su casa por diez miembros de la autoridad holandesa acusado de “publicar dibujos presuntamente ofensivos contra musulmanes y gente de color”. Dos días más tarde lo liberaron tras confiscarle su ordenador, móvil, pen-drives y bocetos en papel. Nekschot publicaba en diversos semanarios y a través de la red, y había recibido el apoyo de Teo van Gogh, el cineasta y columnista asesinado en Ámsterdam en 2004 como venganza a sus duros ataques contra el Cristianismo, el Judaísmo y el Islam. Sus caricaturas fueron publicadas en libro por la editorial Xtra pero la fuerte oposición de la sociedad holandesa impidió que consiguiera un distribuidor. Entre sus caricaturas más ligeras, hay una de Mahoma atosigando a Ana Frank y la que encabeza este texto. Además de haber recibido amenazas de muerte por parte de grupos religiosos y anarquistas, Nekschot fue advertido por la policía el día de su excarcelación de que “había perdido su anonimato”.
Veinte años atrás, Hitler=SS, la famosa serie de historietas y chistes gráficos de Gourio, Vuillemin y Gondot, fue prohibida por tratar con incómodo humor negro los sucesos de los campos de concentración. Sus autores tuvieron que ir a juicio para defender el cómic. Una de las historietas muestra cómo, en un tren de deportados judíos que ignoran su destino, uno de ellos intenta avisar del peligro que corren; sin embargo, debido a su homosexualidad, es desoído y vejado hasta recibir una paliza mortal. Según los autores, la historia se les ocurrió a raíz de una conmemoración de antiguos prisioneros en Lyon donde no se permitió el acceso de grupos de afectados gays. ¿Pero esta explicación justifica la crueldad desproporcionada que destila la obra? ¿Acaso la imagen de mártir de Teo Van Gogh tras su asesinato a sangre fría justifica el tono de sus acusaciones en vida o las de Nekschot? No deja de ser sobre todo molesta la actitud de los Gobiernos que tachan y castigan este tipo de acciones a pequeño nivel y, luego, se dedican a diseñar planes de exportación masiva cuando los inmigrantes que vinieron a romperse la espalda por cuatro duros a los países ricos dejan de ser necesarios debido a la recesión económica.
Es verdaderamente indignante cómo el racismo y las diferentes desigualdades entre los individuos son enfrentadas con hipocresía desde la pirámide del poder cuando éste sostiene una sociedad jerárquica donde quien roba millones recibe privilegios y el que roba carteras, barras y estrellas. La caricatura, como todo germen que propague el Humor de humores, daga desacralizadora, aluminosis de castillos de cartas, es un delicado veneno cuyo uso intenta ser controlado para el mantenimiento de la estructura. No hace falta remontarse a los tiempos de La Codorniz y El Papus para hablar de censura (o bombas) por dichas razones. El número 1573 de El Jueves, revista de humor en cuyas páginas se puede disfrutar de las caricaturas del genial Joan Vizcarra, fue retirado de los puntos de venta en julio de 2007 por un delito de “injurias a la Corona”, ya que mostraba en portada una ilustración de los Príncipes de Asturias en flagrante fornificio. ¿Cómo se puede proteger algo que distingue y eleva a alguien por encima del resto en favor del respeto y la tolerancia? ¿Por qué cualquiera puede quemar una foto mía y nadie puede prender un cetro sin que lo prendan directo a comisaría?
No se va a decir aquí que insulto hiriente queda justificado por la libertad de expresión. Pero lo que realmente no se puede tolerar es la incongruencia y doble moral de un pacto social que una y otra vez se muestra unilateral, donde se tiene que tragar sin más en aras de un orden que, por lo visto, debe seguir siendo establecido y no consensuado. No se puede admitir que los Gobiernos sientan vergüenza de un “Nekschot” cuando por la espalda negocian con las armas y las almas de esas minorías que tanto se jactan de defender.
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