Publicada originalmente en 1961, "Sobre héroes y tumbas" ha soportado con dignidad el paso del tiempo. Habrá quien piense que semejante afirmación supone un halago un tanto cicatero para un hito de la literatura argentina, pero tratándose de una obra tan audaz y arriesgada, tan apasionada y ambiciosa como la de Ernesto Sábato, no es decir poco.
Y es que "Sobre héroes y tumbas" tiene hechuras de lo que vendría en llamarse novela total: amor, intriga, política, historia, familia, fantasía…, son sólo algunos de sus ingredientes, ensamblados con maestría al servicio de una lúcida exploración sobre la más básica y vital de las dicotomías: el bien y el mal o, si se prefiere, la luz y la oscuridad, o la vida y la muerte, o la razón y la locura, o el amor y el odio…
Los personajes que deambulan (en el sentido de que no tienen un destino prefijado ni apenas tampoco margen de influencia sobre sus propias trayectorias) por la novela de Sábato son seres heridos, a menudo maltratados por circunstancias que se hallan más allá de su capacidad de comprensión, de su margen de actuación, en la medida en que nadie puede cambiar su propio pasado; se desenvuelven, por tanto, impregnados de un aura maldita que parece llamada a determinar de forma irremediable su destino.
Pueblan "Sobre héroes y tumbas" personas aplastadas por su propio bagaje familiar, un bagaje fermentado a lo largo de varias generaciones, que les arrebata la libertad desde su mismo nacimiento en la medida en que condiciona su visión de la vida y sus actos. Es esa pérdida, o más bien esa ausencia de libertad –dado que no se puede perder lo que no se ha poseído-, la que les imbuye de un aliento trágico y maldito, que contagian a su vez a ciertas almas sensibles sobre las que ejercen una fascinación que amenaza también con sepultarlas.
La propuesta de Sábato alcanza su apogeo, es llevada hasta el extremo, en la tercer parte de la novela, "Informe sobre ciegos", la más osada e impactante de las cuatro de que consta. Una metáfora visionaria en forma de exploración en pos de la luz, del conocimiento y de la lucidez; una narración fantástico-onírica que avanza entre vericuetos delirantes y sórdidos que remiten a un Murakami previo a la era de los anti-depresivos.
La novela, en la mejor tradición de la narrativa latinoamericana, está teñida de un aliento barroco y avanza impulsada al ritmo de los latidos de una ciudad, Buenos Aires, que se erige, una vez más, en protagonista inevitable años antes de que la tentación de erigirla en cliché deviniera irresistible.
En definitiva, una novela aún hoy imprescindible para quienes creen que el rastro de la luz sólo puede hallarse oculto en el mundo de las tinieblas.
La novela, en la mejor tradición de la narrativa latinoamericana, está teñida de un aliento barroco y avanza impulsada al ritmo de los latidos de una ciudad, Buenos Aires, que se erige, una vez más, en protagonista inevitable años antes de que la tentación de erigirla en cliché deviniera irresistible (...)