Fue un esplendoroso escritor de cuentos, uno de los grandes desde los años cincuenta. Con una perseverancia heroica, fue un narrador exclusivo de cuentos: jamás se precipitó en la tentación de la novela. “El cuento responde a un especial talento y a una vocación muy particular, que desdeña ya de entrada toda popularidad”, aseveró. Con él se ha ejercido la injusticia literaria de ser poco leído y reconocido. En los últimos años, dos intentos de rescatarlo fueron el monográfico que le dedicó la revista mallorquina La bolsa de pipas (nº 27, 2001) y una selección de cuentos traducidos al catalán (Antología de contes, Barcelona, La Busca, 2002). Ganó varios premios de cuentos: el “Don Juan Manuel” (1962) y tres veces el “Hucha de Plata” (1977, 1986, 1990).
Como ilusionado impulsor del género, fue uno de los fundadores y miembro del jurado del osado “Premio Leopoldo Alas para libros de cuentos literarios”. Duró 15 años, de 1955 a 1969, y publicaron 40 libros de relatos en Editorial Rocas. En aquellos años, él, Enrique Badosa y Manuel Pla definieron el cuento como “un texto preferentemente breve, de contenido expectante, cuya acción se intensifica y aclara en su mismo desenlace”. A lo que añade Padrós: “La unidad del cuento depende de la proporción que existe entre el planteamiento y su final. En el cuento se producen un flujo y un reflujo rapidísimos. Un flujo que recorre las playas emocionales e imaginativas del lector: es la corriente que nos conduce al final. Viene luego un reflujo, nacido de este mismo final, que invita a nuestro intelecto a recorrer en sentido inverso todo lo leído: es decir, a meditarlo, a integrarlo, a la luz reveladora de este final. O sea, que solamente a partir del final halla perfecta aclaración y sentido todo lo expuesto anteriormente.” Quizá esto mismo, respecto de la vida, es lo que sintió Padrós en el mutismo forzado y entubado que vivió durante toda la estancia en la UVI: En las largas horas de lucidez, a la pregunta de si imaginaba nuevos cuentos, negó con la cabeza. A la pregunta de si repasaba su vida desde la niñez, asintió.
Padrós defiende el final sorpresa, aunque no siempre. Abomina de la sorpresa por el huero afán de sorprender. “La sorpresa constituye la comunicación incisiva de una verdad que no acertábamos a comprender. (...) La sorpresa final constituye un medio idóneo para lograr un buen cuento, pero nunca es un fin en sí misma. El verdadero final del cuento es obtener la unidad intencional, la manera concisa de cerrar el círculo, de revelarnos algo.” Así y todo, si bien cierra el círculo del tejido del cuento, Padrós nos deja en numerosas ocasiones, no con respuestas cerradas, sino con preguntas abiertas. Éstas provocan que el cuento aletee en nuestras entrañas y acreciente el saber de la vida, no sin habernos hecho pasar un rato muy divertido. Acostumbraba a recordar una frase de Chesterton: “Lo divertido no es lo contrario de serio, sino lo contrario de aburrido”. Y decía: “Escribo para los amigos. Agradarlos, entretenerlos y obtener su aprobación es mi estímulo”.
Parte de su obra la componen relatos de intriga y misterio. Son deliciosos los cuentos en que aplica el sutil bisturí de la realidad y de la lógica terrenal a los supuestos fenómenos sobrenaturales y a los fantasmas. Y estremecedoras las narraciones en que se impone la lógica peculiar de los fantasmas y hechos paranormales. Además, creó un personaje que resuelve con brillantez y esfuerzo los más enigmáticos casos: Lorenzo Sánchez-Tello. Así lo describió: “Un simple comisario de policía. (...) Un hombre al servicio de la ley. (...) Un obrero de la justicia que cumple con su obligación de aclarar un crimen. Lo que me importa es su trabajo, su fatiga, su dedicación, su experiencia, su anónimo desvelo sin alharacas ni aplausos. La etopeya del hombre común que acepta la vida como un deber, y a la que entrega lo que puede de su trabajo y de su amor.” A él dedicó un libro entero, Velatorio para vivos. Y sus tres últimos libros contienen un cuento del comisario.
Es destacable el humor con que narra, sin olvidar la amargura de algunos relatos. Reveladora es la cita de Hamlet que antepuso en su primer libro, Aljaba: “Tanto en lo trágico como en lo cómico”. Leídos sus cuentos cronológicamente, el humor ha ganado mucho terreno a lo penoso. Su estilo es de palabra precisa y ajustada, de adjetivaciones y retratos iluminadores, de diálogos fluidos, de agilidad puesta al servicio de la peripecia, de ironías perspicaces. Leer su prosa es como dejarse arrastrar por la corriente de un río, pero sabiendo que sus profundidades esconden preciados secretos... y que el río desemboca en el inmenso mar de las revelaciones y los interrogantes.
Publicó siete libros de cuentos: Aljaba (1958), La lumbre y las tinieblas (1966), Velatorio para vivos (1977), Los que regresan (1991), El gran usurpador (1996), El pozo de los deseos (1999) y Las extrañas veladas y otros azares (2002).
Fue un hombre de una generosidad sobresaliente.
Parte de su obra la componen relatos de intriga y misterio. Son deliciosos los cuentos en que aplica el sutil bisturí de la realidad y de la lógica terrenal a los supuestos fenómenos sobrenaturales y a los fantasmas. Y estremecedoras las narraciones en que se impone la lógica peculiar de los fantasmas y hechos paranormales. Además, creó un personaje que resuelve con brillantez y esfuerzo los más enigmáticos casos: Lorenzo Sánchez-Tello (...)