Es triste comprobar cómo en determinados lugares de nuestro país la política autonómica de signo marcadamente nacionalista se está convirtiendo en juez decisivo para repartir la ayuda pública con el objetivo de fomentar y difundir la creación literaria. Se trata de una subvención pública parcial, porque casi todos los escritores que no escriben en las lenguas políticamente correctas para estos mandamases políticos quedan fuera del reparto institucional. Como sabemos, esta polémica no es de nuestros días y sobre ella se han escrito muchas páginas durante los últimos años a lo largo y ancho del país. En vez de basarse en el criterio de premiar la calidad de la escritura de un escritor que, por los motivos que sea, no ha tenido acceso a publicar o dar a conocer una obra lo más dignamente posible, en determinados lugares se ha interpuesto al idioma como requisito casi indispensable para recibir cualquier ayuda a la edición. Dime en qué lengua escribes y te diré de qué pie cojeas, podría rezar un nuevo refrán en las actuales lides de la literatura..
Lo peor de todo es que haya escritores que entren en el juego de la radicalización política y aprueben la sistematización arbitraria que se hace a favor de una obra según el idioma en el que está escrito o no. ¿Por qué ese desprecio hacia el bilingüismo real? ¿Por qué no aceptar la realidad lingüística plural en la que vivimos o en la que se vive en determinadas comunidades autonómicas? Ya han sido muchos escritores los que han dicho que la verdadera patria de un escritor es la lengua en la que éste escribe, pero olvidamos decir que las patrias están formadas por individuos que hablan una o varias lenguas y a estos individuos, entre ellos los escritores, nadie les debería quitarle el derecho de acceder a los mismos privilegios civiles que cualquier otro ciudadano del lugar en el que vive, y menos aún por expresarse en la lengua en la que ha hablado y pensado durante toda la vida, ya sea ésta el castellano, el catalán, el euskera o el gallego. A fin de cuentas, a la hora de pagar impuestos todo el mundo pasa por la misma taquilla. ¿No deberían repercutir estos impuestos por igual en el beneficio de todos los ciudadanos? Con la falacia de que un país se construye con la aceptación de una única lengua oficial, los nacionalistas más radicales han entrado de lleno en una guerra literaria que casi nadie quiere ni desea. De esta manera, muchos escritores se están viendo obligados a abandonar sus lugares de nacimiento y de residencia en busca de una tierra libre de cualquier presión de política lingüística impuesta.
Pero la imposición lingüística nacionalista va más allá de la literatura, que sólo es un paso más en esa patriótica cruzada hacia la uniformidad. Está afectado seriamente a la educación, en especial al ámbito universitario, el pulmón cultural y de pensamiento que hace progresar a toda la sociedad. Desde una ciudad como Granada, desde este sur que va despertando a galopadas de muchas décadas marcadas por el atraso económico y la penuria de sus gentes en los largos años de la dictadura –como tantas otras regiones de nuestro país-, el que escribe estas palabras, desde su puesto de profesor universitario, percibe un fenómeno social inaudito en estos tiempos supuestamente apacibles de nuestra democracia. Este fenómeno podríamos definirlo como el nuevo exilio interior. En la época de Franco se utilizó esta denominación, el exilio interior, para aquellos intelectuales que se quedaron en España después de la guerra civil y vivieron en su propia tierra como expatriados, desarraigados, presentes de cuerpo pero mutilados de pensamiento. Vivir en silencio o vivir sin alzar la voz, que al fin de cuentas es lo mismo. Por suerte los tiempos de Franco quedaron muy atrás, pero por ello no debemos de bajar la guardia cuando se pueden repetir fenómenos que sobrepasan los límites del sentido común que deben sostener la convivencia en una democracia.
En la calidad educativa de una universidad está el futuro de un país. A la Universidad de Granada, por su larga historia y su prestigio en determinadas licenciaturas, sin olvidar la atracción de la juventud por esta ciudad, llegan jóvenes de casi toda Andalucía y de otras regiones de España con la ilusión de estudiar una carrera y proyectarse un futuro laboral. Pero a Granada, como he podido saber conociendo personalmente a los alumnos que asisten a mis clases, están llegando jóvenes huyendo de una política lingüística que no les permite educarse en su lengua materna en las comunidades autónomas donde residen. Incluso alguno de ellos, incluida toda la familia, han huido de una sociedad donde se le has amenazado y coaccionado con el uso de la violencia por no compartir los mismos ideales de una minoría totalitaria que ya no sabe distinguir donde residen los límites de la libertad, la democracia y la convivencia. Estos jóvenes universitarios está viviendo en sus carnes un nuevo exilio interior –que irá en aumento en los próximos años- y es vergonzante el silencio que se extiende sobre la situación de todos ellos por parte de nuestras instituciones.
El futuro de un país está en sus jóvenes y, por relación, en la universidad. Si en una universidad se limita la potencialidad intelectual de una parte de los estudiantes, esta universidad decaerá y antes o después la sociedad será la que termine sufriendo las consecuencias. Uno no se hace un genio por la sangre que lleva en sus venas sino por la educación que ha recibido en su periodo de formación. El idioma debería ser un medio para potenciar la capacidad intelectual de un individuo y no debería ser un obstáculo para desarrollar un trabajo intelectual. Si en vez de una lengua, se hablan dos, las posibilidades siempre serán mayores. Del mismo modo, en el campo de la literatura se debería potenciar esta diversidad y nunca cerrar las puertas al conocimiento. Las leyes y los derechos de los ciudadanos deberían ser igual para todos, pero para ser que en determinados lugares de España las leyes y los derechos sólo se escriben o se aplican para los ciudadanos que hablan o sólo quieren hablar en una única lengua, aunque la realidad de la calle nos corrobora que eso no es así.
¿Por qué ese desprecio hacia el bilingüismo real? ¿Por qué no aceptar la realidad lingüística plural en la que vivimos o en la que se vive en determinadas comunidades autonómicas? Ya han sido muchos escritores los que han dicho que la verdadera patria de un escritor es la lengua en la que éste escribe, pero olvidamos decir que las patrias están formadas por individuos que hablan una o varias lenguas (...)