Hay por ahí un estupendo periodista y comunicador que responde al nombre de Marcos Torío. Marcos, que es mallorquín, se despachó a gusto hace cosa de un mes, coincidiendo con la feria del libro. Su artículo me pareció tan acertado que hoy, mientras me adhiero al famoso manifiesto y me carcajeo de Gamoneda y su colega, el mutante rey del pollo frito, me atrevo a reproducir las líneas más llamativas de su incendiaria columna. Yque sea lo que Dios quiera. Allá van:
"Me declaro bilingüe. Soy capaz de mantener una conversación en dos lenguas cuando mi interlocutor habla en catalán y yo, en castellano. Se llama comunicación. Entendemos lo que dice el otro sin necesidad de explicaciones ni exigencias sobre el código utilizado. Se llama respeto. No "acampo" en la "llengua" ni tampoco tengo el idioma abanderado con hebilla a la cintura. Se llama naturalidad. No siento la pertenencia a una tierra ni la necesidad de reivindicarla. Viviría en muchos sitios. La identidad cultural, además de un recurso para justificar partidas y partidos, me provoca rechazo en boca de gente con poco cargo. Cuando la política ramifica en la lengua, resoplo de aburrimiento. Se llama hastío. Media vuelta y a otro sitio. Por ejemplo, a la inauguración de la Feria del Libro. Error. Más de lo mismo. Los mandatarios escuchan cómo el pregonero les alecciona sobre política lingüística. El parlamento es de consumo propio con su tono victimista y una nueva exhumación de Franco en pleno 2008. Los ciudadanos pasean por el Borne ignorando la defensa de "lo nostro". Me río de la discriminación positiva (más eufemismos) del catalán frente a la "colonización" del castellano, porque la gente de la calle, fuera de las consellerías, habla lo que le da la gana, cuando le da la gana y como le da la gana. Soy mallorquín, pienso, escribo, hablo en castellano y no me flagelo por ello. He estudiado, leído y podría hablar en catalán, pero no tengo ninguna intención de hacerlo. Se llama libertad. Para políticos e ideólogos debo ser una causa perdida, pero, pueden estar tranquilos porque mi integración no corre peligro. La inmersión lingüística apunta hacia inmigrantes y escolares, que ya reciben el 90% de la enseñanza en catalán" (...) "Cuando los mítines se llenan de votos castellanoparlantes, los candidatos recurren al español, muchas veces con una dicción y carencias notables que manifiestan la incomodidad de lo forzado; allá ellos con la imagen que proyectan. En la calle sólo queda abrocharse el cinturón e ignorar el plan de vuelo porque nos conocemos la ruta. Los políticos son tan previsibles como esas pobres azafatas alemanas a las que el Govern pretende escuchar impartiendo en catalán las instrucciones de seguridad. ¿Qué hace usted cuando llega ese momento en el avión? Yo pongo el piloto automático. Pues eso".
Magnífico artículo, Marcos. Lo único que me molesta de él, es no haberlo escrito yo.