El congreso había durado dos días y, como siempre, había sido muy intenso. Las largas discusiones diurnas acerca del futuro de las Ciencias Sociales nos habían ido dejando un tono pesimista que se había recuperado moderadamente a base de cenas , recenas, y alguna que otra copa.
Tomando un café matutino y consolador en la jornada de clausura, Marqués (así lo llamábamos todos) propuso que, como despedida, fuéramos a comer a una taberna en la que daban una magnífica tortilla de gambas. Nos miramos un poco descorazonados, pero ante la perspectiva de no poder superar con éxito la prototípica depresión post- congresual, aceptamos.
La taberna en cuestión parecía más bien un merendero o una cervecera. Estaba situada en una esquina alta de la ciudad y disponía de una pequeña terraza con cuatro mesas y una maravillosa vista sobre el mar. A la tortilla de gambas, que estaba exquisita, se sumaron, como era de esperar, otras viandas, y entre ellas una gran ensalada de la que Marqués no comió “por respeto a aquellos seres todavía tan vivos”. Ni siquiera nos reímos, acostumbrados, como estábamos, a las sonadas y sucesivas “boutades” de nuestro anfitrión.
A los postres, el tabernero salió a sentarse con nosotros y repartió unos cigarros puros. Luego, entre copas y humos, nos mantuvimos en silencio durante un largo rato contemplando las olas lejanas. De pronto, Marqués dijo en un hipido : “ Mare nostrum”. Sonreímos pero nos dimos cuenta de que por su mejilla corría una pequeña lágrima. Nos asustamos un poco, pero él nos miró con sus ojos limpios y claros y nos tranquilizamos.
Todo esto ocurrió hace ya muchos años, cuando fumar no estaba mal visto y el Mediterráneo se podría ver desde cualquier sitio. Cuando todavía quedaban colegas como Josep Vicent y miradas como la suya. Y cuando se podían leer libros tan profundos y divertidos como “ ¿Qué hace el poder en tu cama?” en un amago de iniciar una reflexión de género desde el lado convulso de la masculinidad.
A los postres, el tabernero salió a sentarse con nosotros y repartió unos cigarros puros. Luego, entre copas y humos, nos mantuvimos en silencio durante un largo rato contemplando las olas lejanas. De pronto, Marqués dijo en un hipido : “ Mare nostrum”. Sonreímos pero nos dimos cuenta de que por su mejilla corría una pequeña lágrima. Nos asustamos un poco, pero él nos miró con sus ojos limpios y claros y nos tranquilizamos (...)