Escribir sobre un libro en el que se ha participado en la forma y en el contenido no resulta fácil, porque todo lo bueno que diga de él puede resultar pretencioso, pero también me parece injusto no hacerlo ya que la “contraparte”, Andreu Navarra Ordoño, el auténtico protagonista, es un poeta magnífico al que me siento orgullosa de haber editado. Me lo presentó Google cuando iba buscando alguna referencia sobre la prosa abstracta; allí estaba él con un artículo publicado en 2001, en la revista virtual Babab, titulado El arte según Samuel Beckett (la realidad como raíl). Pasado el tiempo, y como consecuencia de aquella incursión mía por el ciberespacio, ha surgido esta colaboración literaria en la que tanto empeño y cariño hemos puesto ambos.
Andreu Navarra (Barcelona,1981) es un autor muy joven y muy sabio, lo que le hace doblemente atractivo porque tiene la osadía y la frescura de la juventud y la madurez de quien bebe de la literatura sin descanso y la utiliza con rigor tanto para enseñarla a sus alumnos como para plasmarla con una escritura profunda y ágil en los artículos y críticas literarias que escribe en diversas publicaciones. También acuden a él para que prologue libros de otros, lo que hace con gran sensatez y, sobre todo, con un criterio muy definido sobre lo que significa la literatura contemporánea, en especial la de aquellos autores y autoras que subvierten los cánones establecidos, esas reglas no escritas que quienes dominan el cotarro de la literatura española imponen para cerrar puertas y ventanas a cuantos competidores aparezcan. Andreu siente pasión por la autenticidad de la palabra y lucha para que ésta aflore en cuantos espacios estén en su mano abrir; hoy escribiendo un prólogo, mañana creando una antología y pasado, quizá, será dirigiendo una enciclopedia. Con él todo es posible porque su sana ambición literaria no puede tener límites.
Pero también escribe libros, y a los dos que ha publicado, Suicidio Súbito (Erizo/Eriçó, 2006), su primer poemario, y Dos modernidades: Juan Benet y Ana María Moix (Abecedario, 2006), se une éste que ahora presento (editado por Diógenes Internacional Ediciones, donde dirijo los proyectos editoriales), elaborado artesanalmente por mí, y al que también he tenido el honor de contribuir, a petición suya, con fotografías propias retocadas digitalmente.
Los poemas de Andreu Navarra fueron los que me marcaron el camino para idear y elaborar este formato del libro-objeto y para realizar las fotografías que los acompañan. Como dice Eduardo Moga en el prólogo -uno de los más hermosos y certeros que yo haya leído-, “Andreu mira, con lucidez, a su alrededor -a esos paisajes urbanos que son, a la vez, los escenarios de la modernidad y del delirio- y también a sus adentros: la objetividad del mundo y la subjetividad de quien se siente devorado por el mundo, se aúnan en un solo discurso alucinado”.
La jaula, como símbolo del cerco físico y emocional al que nos somete la vorágine de la gran ciudad, y también como metáfora de la soledad de quien, a pesar de todo, no consigue quedarse a solas. El ser, el libro, sobrevive dentro de ella; los barrotes trasparentes, cristalinos, nos hablan de la fragilidad de un yo irreemplazable. En contraposición, las imágenes son un estallido de color y de luz con los que se quiere reivindicar la necesidad vital de luchar contra el vacío, de romper los silencios impuestos, de oponerse a la derrota, de encontrar la llave maestra que abra todas las puertas. Y es que Andreu nos deja, aunque pequeña, una rendija abierta a la esperanza.
Así escribe Andreu Navarra:
Unión
este libro herido de mis ojos
solitario
sólo evoca la separación de un cuerpo
la tiniebla que siguió al reposo
la tortura celular
la demanda insostenible
de un contacto
sin el odio necesario para soportar
la necesidad de llenar
un pequeño espacio
pero sola y exclusivamente aquel espacio
soledad poco amordazable
siempre allí donde la noche deja de existir