Agárrate los machos, agáchate y prepárate a saltar. La crisis ya está aquí, acompañada de sus damas de honor: el petróleo y el euribor. En los próximos meses –si no años-, miraremos con la tensión de una película de Hitchcock el final de mes, con el suspense del impago de la hipoteca y el sangrado habitual de la tarjeta de crédito. Muchos no lo resistirán y verán como sus escasos ahorros, invertidos en una casa a precio de oro, son engullidos por las ansías bancarias de ejecución de hipotecas. Siempre reciben los mismos: los humildes, los plebeyos que aspiran a su pequeña parcela de “estado del bienestar”. ¿Y qué ocurrirá con el mundo de las letras? Algo parecido. La gente tendrá menos presupuesto para gastar en cosas superfluas. La literatura y la cultura en general lo pasarán mal pero, ¡seamos optimistas! Muchas pequeñas editoriales perecerán por el camino… pero también alguna de las grandes. Es lo que tienen las crisis de cualquier tipo: limpian el campo de malas hierbas. Los troncos que resistan tendrán la oportunidad de crecer más vigorosos. Disfrutemos pues de la agonía de quienes han medrado por medios torticeros, enemigos en realidad de la cultura; quienes se han forjado un gigante de pies de barro apoyado en la subvención amiga. El gobierno tendrá que ajustarse el cinturón y, no lo dudéis, la cultura no da votos, aunque sí el apoyo de caras conocidas que le prestan su apoyo a cambio de otros favores. Los presupuestos se centrarán en pan y circo, que es lo que aleja de las revoluciones al pueblo. Esas editoriales de papel de pulpa, cuyas ediciones han sido sufragadas por el dinero de todos y cuya riqueza generada por la publicación de libros cuyo destino final es el reciclaje tras almacenarse durante largos meses en los sótanos ministeriales, son siempre las mismas. Aprovechemos la ocasión de que a estos empresarios del papel, que no editores, les ha llegado su San Martín. Sí, los lectores de best sellers reducirán sus compras, pero el bibliófilo, el lector de verdad, preferirá no tomarse ese cubata y seguir comprando una novela que le enriquece, un poemario que le conmueve. Y de ese lector es del que sobreviven –a duras penas, lamentablemente- las pequeñas editoriales y los libreros de raza. Quiero creer que los que perderán más lectores serán las grandes editoriales y sus columnas maestras temblarán, si es que no caen derruidas como las de los filisteos bajo la fuerza de Sansón. Los grandes distribuidores verán mermados sus ingresos y, en general, los cíclopes del mundo editorial habrán de hacer reajustes dramáticos. En ese tiempo que llega, desaparecerá el menosprecio por los pequeños orfebres de las letras. Las cifras pequeñas también serán importantes. Y ahí es donde quiero llegar. ¡Editores independientes, libreros auténticos, no os desalentéis! En las crisis, la rueda de la fortuna gira locamente. Es el momento de prepararse para saltar. Sois siervos de la gleba distribuidora. Tenéis que pasar por las draconianas exigencias de los casi monopolísticos distribuidores, pero ahora os van a necesitar. Aprovechad la ocasión para crear un nuevo marco de relación, más justa. Y lo que ocurre con los distribuidores, acontece de igual modo con las otras ramas del quehacer cultural. Las grandes editoriales disminuirán títulos, marketing y agasajos, con lo que sus autores aún no consagrados bufarán descontentos. Acercaos a ellos y aprovechad para que se unan a vuestra cruzada. Ahora es el momento de hacer uso de vuestro punto más fuerte. Los pequeños compensan su tamaño con la implicación personal, con el entusiasmo de quien cree en su función. Usadlo en los tiempos que vienen y engrosad vuestro ejército de autores de calidad. La menor afluencia de títulos permitirá que estos permanezcan más tiempo en el escaparate. Pequeños editores y libreros: Unid fuerzas para promocionar lo bueno. Cuando la bonanza vuelva, hay que tener la esperanza de que los que verdaderamente aman la literatura estén en primera línea y, resistiendo las tentaciones del vil metal, consigan que la CULTURA no sea un coto privado de mafiosos, chupópteros y prebendistas.
Aprovechemos la ocasión de que a estos empresarios del papel, que no editores, les ha llegado su San Martín. Sí, los lectores de best sellers reducirán sus compras, pero el bibliófilo, el lector de verdad, preferirá no tomarse ese cubata y seguir comprando una novela que le enriquece, un poemario que le conmueve. Y de ese lector es del que sobreviven –a duras penas, lamentablemente- las pequeñas editoriales y los libreros de raza. Quiero creer que los que perderán más lectores serán las grandes editoriales y sus columnas maestras temblarán (...)