Antes de llegar a ser publicado, Mira mi corazón preso en el ámbar de los instantes eternos tuvo que pasar por algunas peripecias, supongo que como el cien por cien de los libros que ven la luz, especialmente los que lo hacen gracias a aventuras editoriales similares a ésta de Diógenes Internacional, impulsada por Isabel Huete.
No era ni mucho menos mi primer libro, por lo que ya sabía cómo componérmelas en un justo medio entre el desánimo y la ansiedad. A la consabida rueda de los premios literarios con los poemas aún tiernitos, siguió el knockin’ on the heaven’s door por diferentes editoriales que, en el mejor de los casos, lo rechazaban mediante cartas tipo distantes y ensimismadas, o con su silencio otorgaban andanadas de desazón suficiente para reconcomer los higadillos a cualquier joven poeta desprevenido.
Menos mal que uno es ateo confeso pero profesa una fe ciega a su trabajo, de modo que el poemario se quedó en un cajón, reposando su pesada digestión de imágenes. Sólo el título ya se las trae. Recuerdo que cada vez que tenía que nombrar el libro que estaba escribiendo –ese ha sido su título desde el principio-, o que acababa de escribir, la gente me miraba, no al corazón, sino a la cara y con estupor en la suya. Luego, cuando conseguían comprender que les hablaba completamente en serio, el comentario más frecuente apuntaba a la excesiva longitud de la frase; aunque también hubo quien se atrevió a argüir que era grandilocuente y que en el fondo no se correspondía con lo que yo escribo.
Mira mi corazón preso en el ámbar de los instantes eternos es un título largo, lo concedo, pero para mí expresa exactamente el contenido del libro y casi con la extensión precisa. De hecho, antes de echarlo a andar por el mundo, tomé la precaución de inscribirlo en el Registro General de la Propiedad Intelectual –ya he dicho que mi trabajo es en lo único que creo-, donde consta con el nº BI-3-03, y su título completo incluye además la coletilla Y una canción desesperada, la cual ha sido eliminada en las diferentes ediciones. Porque así siguió madurando en un cajón, hasta que la editorial canaria Baile del Sol quiso hacerse cargo de él después de conocernos en uno de los Encuentros de Editores Independientes (EDITA), que se celebran cada año en Punta Umbría.
Edita es un excelente escaparate de propuestas que van desde la estricta marginalidad a la vanguardia más desenfrenada, propuestas a las que este capitalismo feroz no consigue hincarles el diente. En ese contexto yo exponía una serie de collages y fotomontajes acompañados a la sazón por algunos textos de Mira mi corazón… Pero éstas son sólo parte de las peripecias a las que aludí anteriormente.
Fue en otro Edita, donde asistí a la presentación que hacía Isabel Huete de una recién estrenada colección de su editorial: “La ciudades son libros que se leen con los pies”. El proyecto consiste en libros que combinan la palabra y la imagen, la poesía y la fotografía, proponiendo nuevas lecturas del espacio urbano, otra forma de mirar la ciudad en definitiva. Pero no queda ahí la cosa, ya que el libro en sí mismo, el libro como objeto trasciende su propio concepto de contenedor de conocimiento, para ser, además, parte de la obra. Esta obra se resistirá en lo sucesivo a ser almacenada de canto en una estantería, porque ha sido ideada para permanecer siempre abierta y cambiante.
Su propuesta tenía a mi entender un doble y hasta triple atractivo, a saber: el primero, y superior a todos, el entusiasmo que desplegaba Isabel, quien se había ocupado ella misma de realizar las fotografías de ese primer número de la colección (aldabas y puertas que había encontrado jalonando sus paseos madrileños); en segundo lugar, que esta mañosa hormiguita asumía también la elaboración de todos y cada uno de los ejemplares, por lo que la colección adquiría su delicada marca de la casa; por último, como creador multidisciplinar vi abrirse el cielo ante la posibilidad de reunir en un mismo soporte mis diferentes facetas creativas. Además, mi libro se ceñía a la perfección al proyecto expuesto por Isabel, ya que propone un recorrido por la ciudad de la memoria con el lenguaje como vehículo.
En efecto, Mira mi corazón… describe una trayectoria circular, estructurada en cuatro partes o etapas: I Hogar, II Ciudad al otro lado, III Autobiografía doble y IV En busca de la gracia perdida. La voz que habla en los poemas parte del interior y se va abriendo paso, tanto a través del espacio físico, como del emocional, retornando en la última parte a la intimidad, donde hará una especie de balance de lo hallado y lo perdido.
Este recorrido se verifica también en la composición de los poemas, desde la simple complejidad de los textos de “Hogar”, que en ocasiones rayan el hermetismo, hasta la exhuberancia verbal de “En busca de la gracia perdida” como la explosión de su acervo, pasando por la descripción de las ciudades, que enmarcan la experiencia, y el contacto con los otros, que marcan esa experiencia y completan la intrincada cartografía del corazón, porque, como queda escrito, todos los itinerarios son sentimentales. Desde el mismo título se nos propone echar una mirada a ese mapa trazado, y si lo observamos con detenimiento veremos que el corazón de un poeta en nada difiere de los demás corazones.
Isabel Huete volcó su entusiasmo en mi trabajo a pesar de que ya estaba comprometida su publicación con Baile del Sol, y el azar quiso que la edición canaria se retrasara lo suficiente para coincidir con la aparición del libro-objeto de Diógenes Internacional en la primavera de 2005.
Como era de esperar, Isabel asumió ella misma la minuciosa construcción de los contenedores que había ideado para Mira mi corazón… Cajas de madera de 20 x 20 cm. pintadas con colores diversos, que remiten de alguna manera a aquellas cajas de puros o de latón en las que se guardaban fotos, cartas y recuerdos familiares, reforzando esa idea de recorrido por un mapa de la memoria. En el interior, los poemas son presentados en cuatro cuadernillos independientes, uno por cada capítulo. Esta edición se completa con 13 láminas que reproducen otros tantos collages y fotomontajes. Aunque no son una traducción directa de los poemas, estas imágenes pertenecen al mismo periodo creativo y, por tanto, comparten el impulso poético del libro. Me gusta pensar que aquello que no encontró cabida en las palabras, lo hizo en las imágenes.
Lo que llega a las manos del lector o lectora es una obra global con el acabado artesanal y exquisito que define el trabajo de Isabel Huete, un libro pensado, como el resto de la colección “La ciudades son libros que se leen con los pies”, para permanecer siempre abierto, siempre cambiante. Disfrútenlo.
Su propuesta tenía a mi entender un doble y hasta triple atractivo, a saber: el primero, y superior a todos, el entusiasmo que desplegaba Isabel, quien se había ocupado ella misma de realizar las fotografías de ese primer número de la colección (aldabas y puertas que había encontrado jalonando sus paseos madrileños); en segundo lugar, que esta mañosa hormiguita asumía también la elaboración de todos y cada uno de los ejemplares, por lo que la colección adquiría su delicada marca de la casa; por último, como creador multidisciplinar vi abrirse el cielo ante la posibilidad de reunir en un mismo soporte mis diferentes facetas creativas (...)