¡Alerta!
Un ejemplar de la especie animal “Homo Hippy”, considerada en extinción, ha sido avistado de nuevo.
Dicen que por Liverpool ha aparecido, después de muchos años de ausencia, un pesado tipo barbudo de gran nariz, que debe rondar los 65 años y que viste una camiseta negra con la leyenda “Love and Peace” –en lentejuelas plateadas, ¡por Dios!- paseando por Strawberry Fields, vociferando “All you need is love, ra tara rara” y dándole a todas las papeleras que encuentra por su camino con unas baquetas.
La policía ha dado la orden de capturarlo vivo. Recompensa para quien lo encuentre: amor, paz y un flamante disco a estrenar.
La cara más amable de los Beatles está de vuelta. Liverpool ha conseguido que las musas visitaran de nuevo a Ringo Starr. La ciudad es Capital Cultural de Europa este año y no ha querido celebrarlo sin sus más ilustres hijos; al menos, sin los dos que quedan, y Ringo ha sabido aprovechar la oportunidad para marcarse un exitazo. “Liverpool 8” (2008), compuesto con Dave Stewart – antigua media naranja de Eurythmics- da título al álbum y a su tema central, un himno liverpuliano para cantar a pecho descubierto en las gradas abarrotadas del estadio de fútbol justo antes del partido, para disfrutar berreándolo después de unas cuantas pintas en el pub de la esquina y para ponerlo a toda pastilla en cualquier celebración escolar que se precie. Ringo vuelve a la palestra y a su juventud, en un texto nostálgico sin ser llorón, en el que recorre su experiencia como marino y músico precoz, recuerda sus primeros grupos ya olvidados por la historia y apunta lo que el destino le deparaba: la fama universal.
Ringo ya quería ser músico a los trece años. El chaval era consciente de su cara de perrito triste y de sus limitaciones vocales, pero también de su innegable encanto y su talento para la interpretación. De los cuatro Beatles, Ringo era el único que sabía actuar. Siempre haciéndose pasar por tonto, era tan convincente que hasta en la serie televisiva de dibujos animados sobre el grupo que se emitió originalmente de 1965 a 1969 – cuyos divertidos capítulos se pueden encontrar en You Tube tecleando “Beatles cartoon”-, en la mayoría de los episodios él era el culpable de que se metieran en apuros. Su frase más famosa sigue dando pie al equívoco: “Me encanta Beethoven. Sobre todo sus poemas”. Colaba en cada álbum una de sus canciones, algunas tan surrealistas como “Octopus’ Garden”, incluida en “Abbey Road”: “I’d like to be under the sea, in an octopus’ garden in the shade” (“Me gustaría estar bajo el mar, en el jardín de un pulpo a la sombra”). Dicen que la escribió mientras veraneaba en el yate de Peter Sellers. ¿Se pasó con el pulpo a la gallega o con el LSD…? Otras canciones de los Beatles a las que prestó su voz fueron escritas por alguno de los otros 3 expresamente para él: por ejemplo, “Yellow Submarine” y “With a little help from my friends”. Nadie se imagina la oda al submarino amarillo en la dulce voz de George, entonada con la ironía de John o a grito pelado como sólo Paul sabía hacer. Ringo es considerado, principalmente por sus compañeros de profesión, un batería excelente. El se ve como un batería nato: “Primero y ante todo soy un batería. Después de eso, soy otras cosas… Pero yo no tocaba la batería para ganar dinero. Tocaba porque me encantaba. Mi alma es la de un batería. (…) No lo hice para ser rico ni famoso, lo hice porque era el amor de mi vida” (The Big Beat, Max Weinberg, 1984, en http://web2.airmail.net/gshultz/drumpage.html). Para George Harrison, tocar sin Ringo era como conducir con 3 ruedas. Su estilo, más intuitivo que técnico, se adaptaba a la canción, al autor de la misma y al momento en el que se hallaba el grupo. Fuera egos. Una actitud que no sólo influía en la música. En “The Compleat Beatles” (Contemporary Books Inc., USA, 1985), el guitarrista de The Patti Smith Group Lenny Kaye revela que “George estaba fascinado por la música india, Paul se sentaba cada vez más al piano, expandiendo su conocimiento de la escritura musical y de la sensibilidad del pop tan horizontalmente como el teclado, y John se ocupaba de conceptualizar y de idear su dirección artística, siempre pidiendo más experimentación. Ringo seguía tocando la batería, aparentemente capaz de estar al nivel de cada uno de ellos sin esfuerzo”. Lo que, mientras pudo, mantuvo al grupo cohesionado. Tras su disolución en 1970, y ya convertidos en la banda más influyente de la historia de la música pop, su carrera en solitario ha sido bastante desigual, aunque para alguien cuyas arcas se llenan casi únicamente por respirar, a base de royalties, y que es consciente de sus posibilidades, ha resultado lo suficientemente satisfactoria. ¿Quién no es capaz de tararear su mayor éxito, “Photograph”, aunque para escribirlo contara con la inestimable ayuda de George? Si Lennon era el ideólogo, Harrison el virtuoso y McCartney el polifacético, Starr pasaba por ser el graciosillo. Los japoneses supieron aprovechar su sentido del humor y expresividad y le convirtieron en protagonista de varias campañas publicitarias, cuyos exponentes más divertidos son el del zumo de manzana “Ringo” (que en japonés significa justamente eso, manzana) y el de Pizza Hut, en el que, bajo el pretexto de disfrutar de una pizza “con los chicos”, le juntan con… The Monkees. “Wrong lads” (“Los chicos equivocados”), exclama un sarcástico Ringo poniéndole la guinda al spot. Campechano como pocos de su estatus, Ringo es un antimonárquico convencido. Para evitar ser condecorado con el título de Caballero del Imperio Británico y tener que colgar el “Sir” ante su poco noble sobrenombre –en su certificado de nacimiento consta como Richard Starkey- al igual que su ex compañero Paul, que sí lo luce con orgullo, compuso la canción “Elizabeth reigns” (“Isabel reina”), su particular rapsodia sobre la corona, todo excepto aduladora. “Que Dios salve a la reina, ya me entiendes, no necesitamos un rey. Creo que se debería acabar con esta reina. (…) Si vas al palacio de Buckingham vas a ver el cambio de guardia, como todos los turistas. Ellos no saben si la reina está o no o les da completamente igual. Van por la ceremonia. Por eso pienso que podemos hacer la ceremonia igualmente sin ellos (los Windsor, red.)” (extracto de la entrevista de Ringo con Jody Denberg, “RingoRama Radio Tour”, 2003, en http://abbeyrd.best.vwh.net).
Recientemente causó un pequeño revuelo en la televisión británica, al retirarse a última hora de un programa por no estar de acuerdo en tocar sólo dos minutos de su single “Liverpool 8” para pasar a publicidad. O interpretaba toda la canción o nada. Y ganó lo segundo. A partir de este incidente la prensa amarilla se lanzó sobre Ringo como cuervos sobre carroña, blandiendo el incidente como arma para socavar la imagen amable y cercana del músico. Ringo no dijo ni mu, aunque el gremio musical se puso a su lado dándole razones para defenderse, ya que ningún artista debe aceptar que le impongan las leyes del mercantilismo a la brava. Dave Stewart, -que con este proyecto ha llegado lo más cerca posible a su sueño: ser lo más parecido a un Beatle-, se indignó de tal manera que apareció ante los medios tan sólo para decir:
“Por favor, un respeto, es un Beatle”.
Colaba en cada álbum una de sus canciones, algunas tan surrealistas como “Octopus’ Garden”, incluida en “Abbey Road”: “I’d like to be under the sea, in an octopus’ garden in the shade” (“Me gustaría estar bajo el mar, en el jardín de un pulpo a la sombra”). Dicen que la escribió mientras veraneaba en el yate de Peter Sellers. ¿Se pasó con el pulpo a la gallega o con el LSD…? (...)