Luke nº93 Febrero 2008

COMIC: Genio incondicional

René Goscinny: Los primeros pasos de un guionista genial
Aymar de Chatenet y Christian Marmonnier. Ed. Norma.

¿Qué hubiera sucedido si en 1919 Stanislaw Go_cinny, un ingeniero de Varsovia, no hubiera conocido a Anna Bere_niak-Go_cinna, una ucraniana, en París? ¿Qué hubiera sido de ellos si en 1928 Stanislaw no hubiera encontrado en trabajo en Argentina y no hubiera emigrado con su mujer y dos hijos, permaneciendo en Europa con el resto de su familia durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué hubiera sido de la viñeta francesa si René, su segundo hijo, hubiera acabado teniendo éxito como dibujante en Nueva York?

Todo este mundo alternativo es el que nos presenta el extenso volumen titulado René Goscinny: Los primeros pasos de un guionista genial, pomposa traducción del conciso René Goscinny: Dessinateur. Aymar de Chatenet (coautor de Le dictionnaire Goscinny) y Christian Marmonnier hacen un detallado estudio de sus años en Argentina y en Estados Unidos, y de su regreso a Francia, cuando por aquel entonces su meta era llegar a ser dibujante de historietas. Sus trescientas páginas a todo color representan una monografía detallada e interesante de esta época poco conocida del autor, que viene a llenar el hueco existente en el mercado de habla hispana debido a la falta de traducciones de los estudios franceses realizados acerca de su figura. En el presente libro, se descubre una gran cantidad de material, alguno casi desconocido: chistes, como los dibujados durante la etapa americana, curiosidades, como que los detectives de su historieta Dick Dicks debían desplazarse a pie por la metrópoli de la Gran Manzana a causa de la poca destreza de Goscinny para diseñar coches, o encuentros, como los acaecidos con autores de la talla de Harvey Kurtzman, Wally Wood o Morris (Maurice de Beberé).

Se puede pensar que Goscinny no merece tantos laureles, pues a pesar de ser un guionista especialmente creativo y divertido, padre de grandes personajes, tal vez no adquiera la relevancia de Hergé, maestro de la línea clara y santo de esa peregrinación llamada tintinología que hurga en los recovecos de la viñeta más perdida de su famoso reportero. Pero, ¿qué hubiera sido de la infancia de muchas y muchos, de muchísimos (en 2007, treinta años después de su muerte, era el vigésimo segundo guionista más traducido del mundo), qué hubiera sido de ellos y ellas sin frases tan celebradas como “están locos esos romanos”, sin ningún vaquero más rápido que su sombra, sin ningún visir que quisiera “ser califa en lugar del califa”, sin Agnan, Eudes, Clotario, Majencio, sin el pequeño gran Nicolás? ¿Y qué hubiera sido de esos personajes sin su chispa sino personajes planos y vacíos como lo es Astérix en manos del excelente trazo pero inexistente ingenio de Uderzo? ¿Cuántos no han pensado que las aventuras de Tintín palidecen ante las carcajadas que producen los intentos de Obélix por beber de la marmita o los gallos descomunales de Asurancentórix, ante la mente inextricable y descomunalmente boba de Rantamplán o los cabreos de ese retaco llamado Jack Dalton?

Aún más, ¿qué hubiera sido de la BD (la historieta francobelga) si Goscinny no hubiera cofundado la revista Pilote para adolescentes, donde nacieron los galos irredentos y a partir de la cual germinarían las revistas para adultos que constituirían el boom francés de los 70 con autores imprescindibles como Moebius, Tardi o Bilal? En Francia, ocupa el letrero de muchas calles, incluso algunos carteles con la famosa introducción de Astérix, además de dar nombre al premio al mejor guionista novel en el festival Angoulême y haber sido condecorado caballero de las Artes y las Letras. Sinceramente, si René Goscinny no hubiera existido, ¡habría que inventarlo, por Tutatis!

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Ricardo Triviño

René Goscinny

¿qué hubiera sido de la infancia de muchas y muchos, de muchísimos (en 2007, treinta años después de su muerte, era el vigésimo segundo guionista más traducido del mundo), qué hubiera sido de ellos y ellas sin frases tan celebradas como “están locos esos romanos”, sin ningún vaquero más rápido que su sombra, sin ningún visir que quisiera “ser califa en lugar del califa”, sin Agnan, Eudes, Clotario, Majencio, sin el pequeño gran Nicolás? (...)