En este 2008 no puedo dejar la ocasión de recordar la figura de Octavio Paz, que en el próximo 19 de abril hará diez años que nos dejó, y del que estoy seguro que durante este año se harán diversos homenajes para recordar a tan insigne escritor con la celebración de actos, conferencias y la reedición de sus libros en medio mundo. Yo también me quiero sumar con un pequeño homenaje en este alféizar de Internet, en esta pequeña gota de agua en el inmenso océano virtual, y dejar constancia de mi afecto y admiración por uno de los mayores intelectuales que dio el siglo XX.
Octavio Paz es un escritor que sigue creciendo día y día y ganando lectores en todos los países del mundo. A la gran mayoría de los escritores la muerte los sepulta en un eterno silencio, pero hay unos pocos, como el caso de Octavio Paz, que tras la muerte consiguen estar más presentes que cuando estaban vivos. Su obra es como un fuego que siempre se está alimentando con la lectura de nuevos lectores. Ése es el destino de los clásicos, esos autores que con el paso del tiempo nunca dejan de sorprendernos por su desconcertante actualidad. No sólo en el ámbito hispano podemos rastrear la fuerte influencia que ha dejado y que en nuestros días sigue abriéndose paso en los mares abiertos de la literatura. Las fronteras del mundo ya no son tan insalvables y tan difícil de franquear como hace unas décadas; las de la literatura menos aún. Cuando llegué a China en 1997 como lector de español a la Universidad de Pekín, me sorprendió gratamente que los poetas chinos actuales tuvieran a Octavio Paz –junto a Jorge Luis Borges y Federico García Lorca- como uno de sus escritores de referencia. La grandeza de la literatura de un autor se puede medir en la capacidad de seducción que ejerce sobre los lectores no sólo en su lengua materna, sino en la traducción a una lengua extranjera tan lejana a la nuestra como puede ser la lengua china. En este sentido, Octavio Paz es un escritor universal y su obra sigue tan viva como en el momento en que fue escrita y publicada.
El escritor mexicano fue un gran poeta y un extraordinario ensayista. Su poesía es testimonio de los caminos que recorrió la poesía hispana a lo largo del siglo XX. Sus primeros poemas echaron raíces en el periodo de las vanguardias que marcó un antes y un después en la poesía occidental contemporánea, sobre todo bajo la sombra subversiva del surrealismo, a cuyos principales valedores, con André Breton a la cabeza, trató cuando vivió en París; aunque no compartió de lleno todos los postulados surrealistas, de ellos se sintió atraído por la investigación de los poderes del inconsciente y las posibilidades de lo onírico en la creación literaria. Pero Paz creía en las leyes del lenguaje, porque no todos los experimentos poéticos que surgieron bajo la etiqueta vanguardista tenían esa calidad suficiente que debe sustentar la verdadera poesía. La inspiración del poeta se basa en la libertad, pero esta libertad está sometida a la ley de la palabra, como dejó bien claro en el título de la recopilación de una gran parte de su poesía: Libertad bajo palabra.
Pero ante todo Octavio Paz brilló en la escritura del ensayo literario. Escribir crítica literaria como si se escribiera prosa poética -sin perder la profundidad y el rigor de un ensayista- sólo está en manos de unos pocos elegidos. Y en lengua española Paz ha sido el maestro de maestros y su estela la han seguido muchos escritores, unos con más y otros con menos acierto. Su afán de estudio y conocimiento de diversas tradiciones literarias fue una constante durante toda su vida, especialmente en el universo de la poesía, con esa visión crítica tan aguda sobre cientos de poetas que dejaron honda huella en Occidente y Oriente, desde los poetas clásicos a los poetas contemporáneos. Tenía muy claro que una literatura se “jibariza” y pierde su capacidad de superación si no está en constante diálogo con otras literaturas y culturas. Y para ello el estudio de lenguas extranjeras es fundamental para abrir la mirada del escritor hacia otras posibilidades de creación, tender un puente hacia otras formas de expresión y entendimiento. La experiencia de la traducción siempre ha sido el mejor camino para que un escritor –sobre todo para un poeta- rompa con las cadenas que le atan a la propia tradición y, al mismo tiempo, le permitan aprehender otros lenguajes y conocimientos literarios. Por esa razón, la traducción ocupó un lugar de referencia en el quehacer intelectual del escritor mexicano, no sólo en la práctica sino también en el plano teórico.
Octavio Paz supuso un soplo de brisa nueva en las letras hispanoamericanas en la década de los cincuenta del siglo pasado. Por suerte, esa refrescante brisa también llegó a España a partir de los sesenta y un grupo de jóvenes escritores rompió con la desidia realista en la que se encontraba inmersa la literatura española; el magisterio que ejerció Paz sobre ellos fue decisiva para que los jóvenes escritores españoles abrieran sus ojos hacia nuevas tradiciones literarias. Con Octavio Paz llegó también el interés por las literaturas orientales, la gran deuda que, según el propio autor, la literatura escrita en castellano tenía pendiente para entroncar completamente con la modernidad. El largo tiempo que pasó en el sudeste asiático –en India y Japón- como cónsul de México no sólo fueron cruciales para la trayectoria de su obra literaria; me atrevería a decir que lo fue para toda la literatura hispana, a un lado y otro del Atlántico.
Pronto hará diez años que nos dejó Octavio Paz. Imagino que en los próximos meses se harán diversos homenajes al escritor mexicano en medio mundo. En mi biblioteca sus obras completas ocupan un lugar importante y a menudo me sumerjo en ese inmenso legado que dejó a la humanidad y que nunca deja de sorprenderme por el magnetismo poético que imanta en cada una de sus páginas. Desde que descubriera a Paz leyendo sus colaboraciones mensuales en la ya legendaria revista Vuelta, a finales de los ochenta, en mi temprana juventud, nunca he dejado de releer al gran maestro del ensayo literario en el mundo hispano durante el siglo XX.
Su poesía es testimonio de los caminos que recorrió la poesía hispana a lo largo del siglo XX. Sus primeros poemas echaron raíces en el periodo de las vanguardias que marcó un antes y un después en la poesía occidental contemporánea, sobre todo bajo la sombra subversiva del surrealismo, a cuyos principales valedores, con André Breton a la cabeza, trató cuando vivió en París; aunque no compartió de lleno todos los postulados surrealistas, de ellos se sintió atraído por la investigación de los poderes del inconsciente y las posibilidades de lo onírico en la creación literaria.