A mí el invierno me pone nostálgica, y eso se nota, también, en mis lecturas. Como la nostalgia liga bien con la novedad- los viejos maestros contra lo actual, siempre sospechoso- alterno libros de última hornada con cuasiclásicos que convierto en el mejor postre para una tarde de lectura intensa. Kundera y Umbral son mis respectivos “parfait de chocolate” y “sabayon de nuez” en esos días en que vivo sin vivir en mí, leo cual convaleciente y escribo artículos de poco fuste. Valga la tontería para decir que llevo varios días soñando con cuadros de Úrculo, un pintor que siempre me ha fascinado, incluso cuando se le tildaba de oportunista o de decorador de bufete. Ya se sabe que el pop art y el juego del colorín y la geometría a muchos se les antojan sospechosos. Tal vez el parchís los estigmatizó para siempre o simplemente no comprendan la incertidumbre de un espacio sin casillas, pero con sombrero. Como las casualidades son por naturaleza oportunas, y, además, se las ingenian para dejarnos boquiabiertos, ha querido Umbral aliarse con Úrculo, y más tarde conmigo, que le leo y corro a incluirlos en Luke para mayor gloria de ambos, el pintor y el prosista, que no mía. Me explicaré: estaba yo releyendo “Diario político y sentimental” de Umbral (Planeta 1999) cuando me topé con el siguiente párrafo:
“ Después de pasar por diversas escuelas, Úrculo se decide por el hiperrealismo americano, Andy Warhol, el pop, el decorativismo y todo eso. Llega a ser un maestro en el arte de unos desnudos asépticos, de inspiración acrílica, pintando unos culos femeninos que no tienen biografía. El artista tiene que saber hacerse el encontradizo con su época, y Úrculo ha propiciado eso muy bien. El estructuralismo, la deconstrucción, el pensamiento débil y Roland Barthes llegaron a promulgar un arte de superficies, la estética de los deslizamientos, que diría más o menos Barthes. Antes estaba “Contra la interpretación” de Susan Sontag. Era – es- el crepúsculo de las ideologías, pero no lo trajeron los políticos, como profetizaba Spengler o Fernández de la Mora aquí, en España. Lo trajeron los decorativistas, los gays y los conjuntos pop. Úrculo, que parecía un maqui montesino, amaneció de pronto lleno de alegría, ligereza, chicas desfloradas entre flores y desconocidos con sombrero, un sombrero más irónico que enigmático. Úrculo realiza en el mundo, mejor que muchos, ese sueño del pensamiento débil: la cosa sin su metacosa, la física sin su metafísica, el sexo menos la angustia, la vida menos la muerte. Y esto es lo que la gente quiere, busca, consume. Un gentío deshumanizado por la tele y las marcas puede comprar por un millón de pesetas un millón de tardes con arco iris y culos adolescentes. Úrculo ha entendido perfectamente que se enfrenta a unas generaciones suicidas y optimistas. Porque viene del compromiso, sabe que hoy nadie se compromete a nada. Es, así, el más fiel intérprete de la invisible conciencia colectiva: la falta de conciencia. Úrculo ha metido en nuestra vida la alegría insolente que estábamos esperando. La nueva clase tiene ya sus nuevos iconos efímeros. Qué lejos/viejos aquellos Guernicas en lito que hicieron de Sagrada Cena marxista. Se quedaron en la casa de renta antigua. Úrculo trabaja para el chalet adosado”.
¿Ah, sí? ¿En esas estamos? Aprovecharé entonces el pinchazo de la burbuja inmobiliaria para hacerme con un adosado, comprar más estanterías para los libros de Umbral y pillar un cuadrito del ilustre hijo de Santurce, qué diablos. Dado que los dos están muertos, tal vez nos dejen ahora aplaudir su obra sin temor a quedar como un mentecato. Me equivoque o no, sigo pensando que por su puerta pasó una sombra de Chirico, la vida, los aviones y la luz de todos los nublados.
Valga la tontería para decir que llevo varios días soñando con cuadros de Úrculo, un pintor que siempre me ha fascinado, incluso cuando se le tildaba de oportunista o de decorador de bufete. Ya se sabe que el pop art y el juego del colorín y la geometría a muchos se les antojan sospechosos. Tal vez el parchís los estigmatizó para siempre o simplemente no comprendan la incertidumbre de un espacio sin casillas, pero con sombrero. (...)