La fotografía tiene mucho en común con un juego de espejismos, con aquellas salas pobladas de espejos en los parques de diversiones tan memorables en la infancia. Existen los malabares visuales, los eufemismos del espejo, aquellos que nos muestran a partir de una imagen otra imagen afín y, en principio, similar a la que ya existe, pero que difiere en esencia del producto original y termina siendo el reflejo de otras fuentes. Como cuando nos detenemos a observar una reflexión en la superficie del agua - la nuestra o la de un conjunto de nubes perezosas- o nos llama la atención un perfil entrevisto de soslayo al caminar entre corredores que exhiben mercancías en las vitrinas del centro. La magia de la luz cargando con sus sombras, llevándolas a cuestas como un Sísifo a su roca encadenado. Los trazos de algo ya visto y consagrado a la historia del arte visual mucho antes que a nosotros se nos iluminara la vista con tal o cual brillante idea. Por fortuna existen en el arte los equivalentes, ese juego de la oferta y la demanda tan parecido a una bolsa de valores de la realidad. La fotografía tiene sus valores inscritos en el infinitésimo instante en que los objetos reflejan la luz y dejan de existir a partir de ese momento para siempre. En ocasiones nos encontramos de frente con alguna imagen que nos hace detener la marcha y nos lleva a preguntar, ¿es esto cierto?. Las sombras chinescas danzando en las paredes de la caverna como ya está enunciado desde los griegos. El deseo primario de apropiarnos de aquello que nos atrae, de “saquear y preservar”, como nos lo indica Susan Sontag en su ensayo magistral, “Sobre la Fotografía”.
La memorable fotografía acuática de Edward Weston, de un desnudo femenino anclado al borde, boca arriba en una pileta bajo el sol californiano, vive en todas las imágenes que nos muestran a una mujer flotando, imitando, a propósito o sin él, la muerte. Es muy cierto, de igual modo, que esta imagen ya existía antes de que fuera atrapada por el ojo ciclópeo del fotógrafo americano, en la languidez de la hermosa Ofelia, yaciendo inerte en el arroyo, convertida hoy en uno de los portaestandartes de la escuela pictórica Prerrafaelista. La imagen que alguna vez encontré mientras miraba en el espejo de la cámara, en una casa del trópico, tiene, por cierto, mucho que ver con ambas. Por este motivo la defino como un homenaje a Weston, tal y como imagino que Weston lo hizo en su momento con la Ofelia de Millais.
*Edward Weston –Fotógrafo Americano 1886-1958
*Sir John Everett Millais - The Pre-Raphaelites, Ophelia 1851, Tate Gallery, Londres.
*Edward Weston –Fotógrafo Americano 1886-1958
*Sir John Everett Millais - The Pre-Raphaelites, Ophelia 1851
Tate Gallery, Londres.
La memorable fotografía acuática de Edward Weston, de un desnudo femenino anclado al borde, boca arriba en una pileta bajo el sol californiano, vive en todas las imágenes que nos muestran a una mujer flotando, imitando, a propósito o sin él, la muerte (...)