La película Persépolis, adaptación del cómic homónimo de Marjane Satrapi, es un producto diseñado para gustar a nuestras pequeñas almas burguesas en nuestros anchos sillones orejeros. Resulta que una niña iraní de familia acomodada y politizada vive una vida fantasiosa y absorbe las ideas de sus padres en un ambiente culto, abierto y progresista. A esa niña le toca vivir un periodo histórico lleno de conflictos que afectan directamente a su familia, partidaria de la “revolución blanca” que impulsó el sah en Persia. La diferencia entre ella y muchos otros niños de Persia es que sus padres pudieron pagarle el viaje y la manutención en la no muy económica ciudad de Viena para evitarle pasar el trago, privilegio del que muchos otros adolescentes no disfrutaron. Resulta que la niña es muy desgraciada en la vieja Europa, puesto que las costumbres son disipadas y la envilecen. De manera que vuelve a su país. Y allí las costumbres no son lo suficientemente disipadas para ella, y vuelve a marcharse.
Para alguien poco versado en la historia de Irán, como yo, las preguntas que quedan en el aire son muchas: ¿cuál es la visión sobre el tema por parte de los iraníes menos favorecidos económicamente? ¿Cuál fue su experiencia? ¿Cómo habría contado lo mismo una niña cuyos padres no creían en el sah o no podían enviarla a Europa? ¿Y por qué muchas familias no confiaban en el sah? Creo que la vida en Irán debe de ser muy difícil, y no soy nadie para defender algo que no conozco y cuyas razones se me escapan, pero también creo que Persépolis adula la conciencia de los lectores occidentales, y lubrifica todos nuestros prejuicios escondidos: el Islam es la barbarie que ensucia nuestros sagrados valores democráticos y elimina nuestros privilegios ganados con sangre en la guillotina de París y en las minas de carbón de la Gran Bretaña. Nosotros y nuestros valores somos la solución a todos los problemas de la gente sin democracia del mundo, de todos los países en los que se castra la felicidad del pueblo. Si los persas se levantaron en masa contra el sah es porque no conocían otra cosa que la barbarie, pobrecitos.
Pero eso es maniqueísmo puro, una visión etnocéntrica calcada a la que se tuvo con los indios en la conquista de América (aunque más de 500 años después, cuando ya tenemos la palabra “etnocentrismo” y la comprendemos perfectamente: la hemos acuñado nosotros). Los españoles evangelizamos a aquellas pobres criaturas sin alma, y encima se nos quejaban. Les hicimos humanos en lugar de bestias (vale, tuvimos que aperrear a algunos para convencerlos, pero eso ahora lo llamarían “daños colaterales”), y ellos, ingratos, nos acusan de aniquilar sus civilizaciones, y osan incluso ganar elecciones, como en Bolivia, y discutirnos nuestro sagrado derecho de chupar de la madre tierra sus recursos naturales.
Resulta también reseñable el hecho de que los europeos que ahora alaban la película y el cómic no pintaran demasiado en Persia. El sah contaba con el apoyo de los Estados Unidos, pero Europa era lo que sigue siendo ahora, el poli bueno que no da la cara y que le tiene miedo a su propio compañero, el poli malo, el sheriff duro que hace el trabajo sucio. Al final todos queremos lo mismo: la pasta, el petróleo o lo que haya, sacarle el jugo a la cosa lo más pronto posible. Si me pagan, yo me pongo el velo o me lo quito, o bailo una chirigota. ¿Dónde hay que firmar?
Si la revolución islámica tuvo un apoyo tan grande entre la población, ¿no tendría nada que ver el hecho de que mucha gente ni de lejos podía vivir una vida tan acomodada como la pequeña y soñadora Mafalda persa del cómic? ¿Tampoco tenían nada que ver la represión y las torturas de la SAVAK o policía política del sah, creada con ayuda israelí y americana? ¿O es que el apoyo popular a Jomeini se dio solo porque todos los persas eran unos ignorantes? No lo sé, la verdad es que la mayoría de nosotros no lo sabemos, no tenemos los conocimientos necesarios para saberlo, y nos encantaría que nos ilustraran al respecto. Pero Persépolis no quiere ilustrarnos sino halagarnos y vendernos la moto. Qué listo y progresista y demócrata eres, lector, y qué brutos son otros. Tú sí que vales.
No se trata aquí, ni mucho menos, de defender la revolución de Jomeini o sus valores –Dios o Alá me libren-, puesto que hay otros países musulmanes en los que, parece ser, no es necesario instaurar regímenes tan radicales para respetar los preceptos de la religión y la tradición. Tampoco se trata de creer que los indígenas precolombinos vivían en un edén sin violencia. Sólo quiero incidir en que los productos de consumo rápido y fácil como Persépolis hacen lo siguiente: darnos masticado el pensamiento para ofrecernos el bolo alimenticio final en un bonito envoltorio. Solo hay que cogerlo y pasarle el código de barras por la máquina. Llegamos a casa, lo metemos en el microondas -¿o es en el DVD?- y nos lo cenamos en un periquete.
Para alguien poco versado en la historia de Irán, como yo, las preguntas que quedan en el aire son muchas: ¿cuál es la visión sobre el tema por parte de los iraníes menos favorecidos económicamente? ¿Cuál fue su experiencia? ¿Cómo habría contado lo mismo una niña cuyos padres no creían en el sah o no podían enviarla a Europa? ¿Y por qué muchas familias no confiaban en el sah? (...)