Por tu boca he descubierto
un pedazo de mí maravilloso.
Sabía de la gracia de mis ojos,
a veces escuché palabras gratas
acerca de mis piernas.
Pero eres la primera
que descubre en mi pene
un objeto precioso.
De repente he sentido
sincera admiración por mi ariete
y creo que se debe
a la curiosa comunión de afectos
por la que andamos tan compenetrados.
Si para ti es hermoso
también lo es para mí.
Quisiera consagrarlo como objeto de culto
y dedicar al día unos minutos
a alimentar tu devoción de virgen.
Sería lo correcto
reproducir mi pene en noble roca
o madera de viejo árbol sagrado.
Con inusual piedad
tallaría mi glande en el momento
de rozarte la tela de las bragas,
de besarte el pico del corazón
que se clava en tus pechos.
Y te regalaría el amuleto
amado para que tengas de mí
un recuerdo irrompible,
y para consolarte cuando falte,
o para relevarme
si yo fallo.
Cómo me gustaría presidir
tu tálamo, tu baño, tu cocina,
que tuvieras mis penes esparcidos
por tu casa: un cepillo
de dientes, un gran cirio
en la mesa de noche,
o un pimentero erecto
en la alacena que era de tu abuela.
Antes yo hubiera dicho
que todo esto es una cochinada.
Me has abierto los ojos,
me has descubierto un dios.
Yo nunca hubiese visto lo que tengo
de no ser por tu amor.
De no ser por tu boca.
Con inusual piedad
tallaría mi glande en el momento
de rozarte la tela de las bragas,
de besarte el pico del corazón
que se clava en tus pechos. (...)