Lo admito: me gusta la gente sin pelos en la lengua. Gente bien depilada son, por ejemplo, Milan Kundera (incisivo), Zoé Valdés (escarmentada), Doris Lessing (indigesta), Salman Rushdie (temerario), Sánchez Dragó (revoltoso), Antonio Gala (redicho) y Michel Heullebecq (más ácido y chisporroteante que un Zeta Peta). Además de lucir una lengua tan brillante como la calva de Antonio Lobato, suelen hacer gala de una astucia digna del más hábil tocomochero. También hacen gala de una cierta extravagancia, y de una radicalidad muy trabajada que nunca – insisto, nunca- es fruto de la improvisación. De entrada, para provocar hay que ser inteligente, porque el tonto, cuando quiere ser ocurrente, se limita a hacer el indio. Admito que me gustan menos los provocadores profesionales, los de la estética irreverente y el pedal televisivo, como el señor Fernando Arrabal. Seguramente soy yo quien no está a la altura de sus gracietas de niño superdotado, que lo fue, aunque hace siete años me sorprendiera muy gratamente con una novela titulada “Levitación”, publicada por Seix Barral. La editorial, en una ficha de libro redactada por su peor enemigo, nos informa de lo siguiente:
“Se coge a un tullido obsesionado por la moral y el pecado y se le pone a merced de dos cuidadoras dispuestas a aliviar su sufrimiento como sea -y como sea quiere decir exactamente como sea-. Luego se pone al impedido en manos de dos homosexuales llamados Lucifer y Abel y se procede a un sutil proceso de transformación de gustos sexuales. En “Levitación” se afrontan, sin escándalo ninguno, dos conceptos en un siglo que “será espiritual o no será”.
En otras reseñas, la obra de Arrabal se nos presenta como una novela mística. Bien, depende de lo que uno entienda por misticismo. El mismísimo Aleixandre consideró que “el conocimiento que aporta Arrabal está teñido de una luz moral que se inscribe en la materia misma de su arte”, aunque, de más está decir que no se refería precisamente a esta obra. Pero, volvamos a la novela, leída dos veces y a pesar de ello imposible de abarcar. No en todos sus significados, no en su revolución permanente. Tal vez, para entenderla, deba una colocarse las gafas patafísicas, volver a San Agustín, empaparse de Eckart o darse un atracón de Sufi Soul y Ferrero Rocher en busca del éxtasis que otros encuentran, sin tanta complicación, en el bolsillo de su dealer.
En lo tocante al argumento, no puedo evitar descubrirme ante el protagonista de la obra, un intransigente puritano que, al enfrentarse al pecado, y, consecuentemente al infierno, emprende un accidentado viaje de la heterosexualidad a la bisexualidad, pasando por la fase “anti” y la fase “homo” con la ayuda de dos cariñosísimas enfermeras y de una pareja gay de vocación redentora; auténticos lazarillos en este peregrinaje triple, físico, ético e intelectual. Nueva York, inmejorable telón de fondo para toda novela que aspire a retratar “el vicio” contemporáneo, se convierte aquí en una imagen, casi publicitaria, de la decadencia moral de occidente, de un pueblo que, como el mismo Arrabal nos dice, vive obsesionado por el sexo oral. ¿Tendrá la Lewinsky algo que ver con el fenómeno? La novela, que no está escrita en el castellano más ortodoxo – “Soy beautiful... mejor que la Xandria Collection of Sensual products”- rompe tabúes y esquemas, es original y rezuma trasgresión sin quedarse solamente en eso, en provocación con fines comerciales, en otra boutade de autor. Preciosos son los episodios lésbicos, pero no sólo para el lector masculino, sino para la lesbiana reprimida que todas llevamos dentro. Irrepetibles son los arrebatos pseudomísticos, el arsenal erótico-literario desplegado por el autor, la duda que no cesa, el reparo y las ganas simultáneas de caer en la tentación sin librarse del mal, amén.
“Cómprate este libro” le dije en su momento a Román Piña “ no tiene desperdicio”, a lo que él me respondió: “ Follar no es ecológico. Consume plástico (en forma de condones) y oxígeno. Además, produce CO2, pues de la cópula acaban saliendo bebés con carné de conducir todoterrenos”. Bien, vale, allá cada cual con su conciencia verde. Yo me limito a repetir el consejo: leed este libro, esta magnífica novela que tiene tantas lecturas como lectores. No os dejará indiferentes aunque a mí, ya lo he dicho, no me guste Fernando Arrabal.
En lo tocante al argumento, no puedo evitar descubrirme ante el protagonista de la obra, un intransigente puritano que, al enfrentarse al pecado, y, consecuentemente al infierno, emprende un accidentado viaje de la heterosexualidad a la bisexualidad, pasando por la fase “anti” y la fase “homo” con la ayuda de dos cariñosísimas enfermeras y de una pareja gay de vocación redentora (...)