En un libro que ya se ha convertido en un bestseller mundial – “ Elogio de la lentitud”, de Carl Honoré - se afirma que , dentro del movimiento general contra la aceleración de la vida cotidiana, sobresale la alternativa del “slow” sex o sexo lento, análogo al slow food, la slow city o el slow work, expresiones que no es necesario traducir.
Esta alternativa –que cuenta con su propia página web: www.slowsex.it- pretende, en el conjunto de una gran propuesta de desaceleración, volver a hacer del sexo un placer y no una obligación – aquello del “débito matrimonial” hoy disfrazado de fundamento psicológico de la pareja- o una compulsión que encare la tensión generada en otros ámbitos de la vida – también aquí “el reposo del guerrero (o de la guerrera)” en versión pornográfica postmoderna.
Para ello, el slow sex propone abandonar los treinta minutos semanales de media mundial “civilizada” que emplean las parejas para hacer el amor y, fundamentalmente, esos siete minutos en los que los varones suele cumplir con su protocolo exasperante de erección y eyaculación para dar paso a la ducha o, en el mejor de los casos, a un leve sueño ( triste post coitum).
Consecuentemente, y sin necesidad de acudir a proezas tántricas, de la cuales también se nutre, por cierto, el slow sex, se aboga en general por hacer un mayor y mejor lugar al sexo, a fin de convertirlo en amor, tomándoselo con más tranquilidad y ,sobre todo, como se puede suponer, con mucha mayor lentitud. Y visto que en los preliminares reside la posibilidad de que las mujeres puedan luego quedarse satisfechas, se sugiere una buena sesión de masaje desacelerador antes de iniciar los contactos ( ¿ estrictamente?) sexuales.
Por supuesto el slow sex no renuncia a la aventura del pajar o a la del probador de unos grandes almacenes, pero llama la atención acerca de que, en cada caso, la práctica del sexo lo sea en el “tempo giusto” - o en el “eigenzeit” si se prefiere- , es decir, adecuado a cada ocasión, dejándose llevar por lo que los antiguos griegos denominaron el “ kairós” o sentido de la oportunidad.
Ni qué decir tiene que, para los partidarios del slow sex, esta desaceleración sexual debe ser paralela a otras desaceleraciones como las ya citadas más arriba y a las que se podría sumar algo así como una desaceleración política generalizada que calmara los ánimos y las voces. Algo así como un retorno del viejo lema de los años sesenta que decía “ Make sex, not war!
Para ello, el slow sex propone abandonar los treinta minutos semanales de media mundial “civilizada” que emplean las parejas para hacer el amor y, fundamentalmente, esos siete minutos en los que los varones suele cumplir con su protocolo exasperante de erección y eyaculación para dar paso a la ducha o, en el mejor de los casos, a un leve sueño ( triste post coitum). (...)