En la madrugada, tendidos en la cama,
removidas las ropas y las sábanas,
con la mirada perdida en los mares del techo,
reposamos de una batalla carnal, de una emboscada
donde hemos sido amos, vasallos y esclavos.
Alzas tu mano y la dejas caer sobre mi vientre
deslizándola, experta y embriagada,
hasta tocar la base de mi mástil caído
tras el dulce naufragio entre tus brazos.
Con hábiles dedos enderezas su furia,
con mojado placer endureces su instinto.
Mi dedo índice repasa la silueta sinuosa
de tu cadera y la cordillera de tus costillas
hasta rozar el membrillo de tu pecho y sentir,
bajo la yema trémula de mi dedo,
el despertar erizado de tus pezones rebeldes.
Hundo mi cabeza en tu regazo y mi boca bebe
el calor que emana el pozo de tu ombligo.
Sin embargo, tu mano empuja mi cabeza
para que sacie mi sed un poco más abajo.
Entre tus piernas trepa la humedad de mi lengua
para alcanzar la felpa donde mi boca busca
la sonrisa vertical y salada de tus secretos labios.
Frente a la grieta de tus costas rotundas
me sé nuevamente perdido en un naufragio.