Ahora puedo hablarte porque no me escuchas, porque estoy solo en este apartamento con vistas a la playa, en pleno invierno. Lo que más amé de nosotros fueron mis mentiras y tu desnudez, sobre todo cuando te hacías de rogar. Todo lo que pueda inventar o tergiversar para volver a tenerte en mi cama está justificado de antemano. Es el juego de siempre, vulgar, intercambiable, poca cosa. Una historia reversible, atávica, abocada al fracaso, nuestro destino predilecto. Es posible que este intento de regreso insincero esté motivado por la falta de frío o lluvia la noche de nuestra despedida. Hoy sería un día ideal, pero este mar invernal sólo acepta el monólogo del amante solitario. Sin final previamente visualizado en pantalla de cine, no hay borrón y cuenta nueva. Ya lo sabes: somos lo que las películas han hecho de nosotros. En fin, aquí estoy, solo y poeta vocacional, una combinación altamente peligrosa para la dignidad de cualquier persona decente o con algo de sentido del ridículo. Podría escribirte un poema en alejandrinos con tal de volver a adorar –yo que nunca anduve sobrado de fe– al dios blanco que fue tu culo (y que espero lo siga siendo). A ti, que jamás pasaste del Neruda de los veinte poemas o de Aute, te puedo impresionar, o tal vez sea tarde. Quizá conozcas los motivos de este depredador cansado, lo que busco con todo esto, mis fuegos de artificio. Evidentemente, no ando a la caza de tu satisfacción, ni siquiera de la mía. Lo bueno o dulce apenas nos roza, deberías saberlo. Recuerda nuestras interminables conversaciones sobre Cioran y su concepto de tristeza. Éramos jóvenes, mi digo, buscando una coartada. Quiero dejarte, como un Zorro con otro tipo de antifaz y menos dosis de altruismo, una marca indeleble. Para colmar tus pesadillas o, por lo menos, hacer de tus discursos sobre el amor y el deseo algo menos previsible. Lo agradecerán futuros auditorios. A falta de un abuelo llamado Barron Hilton, ésta será tu gran herencia, la que no valorarás. Los mitómanos egocéntricos hinchamos el pasado peligrosamente, deformándolo más de lo que suele ser habitual. Anécdotas vulgares alcanzan el dudoso privilegio de ser consideradas hitos de nuestra biografía. Por eso mi deseo tiene el contorno de tus piernas desnudas, la tersura de tus pechos hechos a la concavidad de mis manos. Quiero volver a mentirte, quiero sentirme de nuevo capaz de creerme mis propias mentiras. Y cuando nos despidamos para siempre una vez más, elijamos un día de frío y lluvia, a poder ser con playa invernal de fondo. Para así dinamitar un posible regreso.
Por eso mi deseo tiene el contorno de tus piernas desnudas, la tersura de tus pechos hechos a la concavidad de mis manos. Quiero volver a mentirte, quiero sentirme de nuevo capaz de creerme mis propias mentiras. (...)