Leo en un periódico la habitual crónica de sociedad. Junto a la fotografía de una pareja –él de hechura recia y frente huidiza, ella un pastel de silicona– el pie de foto llama mi atención: “Si no lo sabían, se lo cuento. Fulanito y la showoman Menganita, sin duda el mejor descanso para un buen guerrero, son novios”. Como hago desde hace décadas en cualquier momento en que conecte el televisor o lea ciertas secciones de la prensa escrita, me pregunto primeramente por qué razón ha concluido el redactor que a mí o a nadie le pueda interesar el grado de proximidad que haya entre estos dos señores. Después reparo –deformación profesional– en el feo e innecesario anglicismo. Mal vamos. Pero, sobre todo, me indigna ese concepto de las relaciones de pareja en virtud del cual si una señora de buen ver es novia de un señor –de buen ver o no, que esto es lo de menos–, él es el único que debe aliviarse de sus tensiones, y ella, trofeo o recompensa del guerrero, la que debe proporcionar cumplido alivio. No hace falta ser una feminista con gafas de pasta y jersey de rayas para percibir una discriminación muy notable, que consiste en asumir naturalmente que la mujer que, como es el caso de la mayor parte de ellas pero de muy pocos hombres aún hoy en día, compagina el trabajo en casa con sus ocupaciones profesionales, puede aspirar en la sección de este gacetillero y en muchos ámbitos de la vida, si tiene suerte y está buena o es amiga del plumilla de turno, a ser admirada exclusivamente por su condición de dispensadora de recreo para el varón. El firmante podría haber escrito: “Menganita es la puta de Fulanito”, y no no nos habría dicho nada esencialmente diferente de lo que nos dice. Y, sin embargo, el diario en el que trabaja este señor se dice progresista.
A la mañana siguiente conecto la radio mientras conduzco. Escucho una tertulia que ha ganado adeptos en los últimos tiempos por haberse desmarcado del modelo tradicional de tertulia de actualidad política. Este programa, no cabe duda, es divertido, dinámico, ligero, juvenil. Que lo protagonicen cuarentones no encierra contradicción alguna: se trata precisamente de ejemplares de esa primera generación que desdeñó los valores éticos y de cohesión social, como el esfuerzo, el rigor y el servicio a los demás, para sustituirlos por un enorme conformismo de apariencia rebelde, por el rechazo a madurar, por las formas, por un hedonismo de cáscara progre y corazón tremendamente reaccionario e insolidario que casa poco con ciertas preocupaciones indignas de un ingenioso profesional… El caso es que llega el momento de presentar a una invitada que va a hablar sobre no sé qué tema más o menos serio o importante. Como el tono es informal –juvenil– hasta la caricatura, antes de iniciar su exposición, la invitada se cree en la obligación de justificar no recuerdo qué extremo de su vestimenta, seguramente en relación con el tema comentado inmediatamente antes. “No llevo puesto no sé qué cosa”, se disculpa. Y aquí viene el jocoso director del programa y le dice: “No te preocupes, tú tienes tus pechos”.
Tú tienes tus pechos. A las nueve y media de la mañana. La invitada suelta una risita y sigue a lo suyo como si nada. Uno, que no es feminista pero tiene madre, mujer e hija, y que encima tiene una nociva tendencia a hacerse preguntas, no puede evitar formularse las siguientes: ¿el locutor es un majadero? ¿Sus jefes le pagan por insultar a sus invitadas? ¿A la víctima no se le pasó por la cabeza levantarse, llamarlo imbécil y marcharse con las mismas; ya no oso decir cursar una reclamación ante sus superiores y elevar una denuncia ante el juez? Porque, vamos a ver, esta buena señora probablemente venía a hablar de un asunto que a ella le parece interesante y a la radio que la invita se supone que también se lo parece; pero toda su intervención se ve marcada de antemano por un estúpido comentario previo que hace pocos años nos hubiera avergonzado oír y que, a falta de contacto visual, convierte a la invitada básicamente en una mujer tetuda para miles de oyentes. Sí, iba a hablar de algo, pero en la imaginación de todos los que escuchan ya es y seguirá siendo no ya una mujer con tetas, sino unas tetas con mujer. Rubia o morena, alta o menuda, dotada del talento de un Einstein o tan desprovista de él como Pepiño Blanco, del Barça o del Madrid, buena o mala oradora, buena o mala profesional… Todo esto pasa a segundo plano: tiene unos buenos pechos, lo cual debe justificar su presencia en aquel estudio de radio a falta de una indumentaria adecuada… Y que conste que no es feminismo; si el locutor hubiera ponderado el volumen de las nalgas de un señor que viene a hablar de su último libro, o el del paquete de alguien que lo va a hacer sobre la hipertensión en los ancianos, me hubiera parecido exactamente lo mismo: un insulto y una ordinariez. Pero la cadena de radio que tolera semejante desmán también es, en la consideración general, de signo progresista.
Luego dicen algunos que no hace falta Educación para la Ciudadanía. Yo no sé qué asignatura nos hace falta en nuestros planes de estudios, aunque me creo que no es cuestión de asignaturas, sino de una reforma integral de la Educación que sirva para volver a formar ciudadanos críticos que consideren los valores democráticos en su auténtica dimensión, y no consumidores-votantes más atentos a lemas y consignas que a las implicaciones reales de lo que hay detrás de esos lemas y consignas en sus vidas en particular, es decir, al compromiso cotidiano con los propios principios, a la lealtad con el lenguaje; a no llamar progresista a lo que es reaccionario sin paliativos. Una reforma educativa complementada con una reivindicación muy seria del código deontológico de la profesión periodística y con la denuncia de sus prácticas menos rigurosas y de sus contenidos más banales y reaccionarios. En el fondo, no es tanto un asunto de Educación como de mera educación. En un país serio, la bromita de marras hubiera ocasionado una avalancha de llamadas telefónicas, la consiguiente petición de disculpas, posiblemente la sanción o el defenestramiento del lenguaraz... Alguien debería pararse a pensar un poco, coger de las solapas con suavidad al pseudoperiodista y preguntarle: pero, por muy moderno, desinhibido o provocador que usted se crea, ¿es que no tiene recurso más inteligente que aludir a los pechos de la mujer más cercana, so bobo? Porque, si es así, apártese usted, deje paso y permita que alguien que conozca el valor del trabajo ajeno y respete la dignidad personal, sea la de un hombre o la de una mujer, haga eso que es evidente que usted no sabe hacer. Vuelva a la escuela y hágase un curso de algo: ciudadanía, urbanidad, discreción, lo que le toque. O mejor un trasplante.
No obstante ser en gran medida educativo, el problema va más allá. Son generaciones enteras, sí, las que deberían pasar de nuevo por el instituto (después de erradicar la LOGSE, claro), pero nos hallamos ante manifestaciones anecdóticas de un mal social generalizado: el enorme prestigio de la banalidad, el individualismo y la irresponsabilidad en eso que antes llamábamos nuestra escala de valores y hoy sólo es un ranquin de posturas. No hay nada más reaccionario que esto. Así las cosas, no les extrañe que nos gobiernen quienes nos gobiernan; ni que los periodistas más arrojadamente progres releguen a las mujeres en los medios en que segregan sus pequeñeces a la condición de meros objetos sexuales
Sí, iba a hablar de algo, pero en la imaginación de todos los que escuchan ya es y seguirá siendo no ya una mujer con tetas, sino unas tetas con mujer. Rubia o morena, alta o menuda, dotada del talento de un Einstein o tan desprovista de él como Pepiño Blanco (...)