Cuatro estampas para conmemorar el centenario del preludio
de un continuo y estimulante fracaso en un laboratorio de tizas.
Oteiza
En el salado trago de la espuma, la ola desnuda cubre el agujero de la playa; y el cincel, tirado en el último cajón de madera, se ha olvidado de la queja de la piedra. ¡Oteiza, mira cómo lloran los menhires! El peso del cuerpo rocoso les anuda a la tierra. Añoran la mano del sembrador de huecos para, livianos, levantar vuelo y besar la magia oscura que oculta en la mentira del reflejo la luz de las estrellas.
Kultur Etxea
Hay un Chagall en cada aldea y un Esenin en cada campanario. Los abedules siguen tristes y solos en los bosques, y lloran lluvia los ángeles que han huido del infierno... Apunto al dorso de esta estampa una marca para reivindicar el otoño. No me importa que en el antiguo litoral, el cemento se haya devorado la nieve. Arteta no podrá alimentar a su buey amarillo, alguien ha descubierto que el carro de hierba puede ser un efímero negocio... Gure Artea... Rebaños de ovejas pastando en Aitzgorri sin escuchar a los menhires del Adarra implorar al cielo... Los lenguajes que vacilan entre el éxito y la muchedumbre saben que los murmullos no cotizan en monedas... Heroico y falso pedestal para un van Gogh muerto de hambre... El musgo húmedo y corrosivo es lo mejor de la estatua que decora la tumba de Lizardi... Lizardi, por algo Etxepare decía que saliéramos a la plaza, por algo lo dejó escrito... Traduciré de tus versos: “Nos acosa otra vez el temor de llegar a deshora”. Traduciré para nosotros: rebaño de ovejas
Judas y otro
Hay una luz que vive en el prisma opaco. Vive, sí, aunque también duerme y agoniza. Su candil, reflejado por la realidad, está en el fondo plano de una imagen escondida en todos los espejos... He abierto la ventana de este sueño y he visto a Lizardi resignado en su soledad, vestido de duende. Un monje sube la cuesta hacia Oñate en busca de las dos piernas del decimocuarto apóstol del friso de la basílica de Aránzazu, para renovar el camino. Desde Ojo Axular, contemplando el viento que ha horadado la pupila del cíclope en la roca, ha mugido el último bisonte. Hay una canción de Mikel Laboa que habla de la niebla escondida en nuestros rincones. Humedeciéndose en el libreto del padre Donostia, un réquiem solar y plenilunio estampa su sombra en una loma del Aguiña. Han tirado a nuestro mar una botella vacía. ¿Dónde están los mensajes? Necesitábamos el oxígeno... Versos de Bernardo y Gabriel bajando la cuesta de la casa del anciano... Por qué no reconocer que el futuro es más utópico que encontrar un Dios al noroeste... Campanas arpegiadas por Kandinsky, esmalte y piedra de unas gafas sutiles para contemplar el horizonte... Después de tantos fracasos, habrá listos que –señalando a Oteiza con el dedo– dirán que sobraban dos apóstoles en nuestras vidas...
Ícaro
Y el círculo dibujó la memoria en el vacío natural que delimitaron sus aristas. Y el olvido perfiló su propio vacío. Y en vacío espacio y periferia tiempo, trazó su alarido más doloroso el penúltimo gudari. Hombre concreto, entre azul cielo y azul mar, perdido en la intensidad verde de un paisaje masculino –menhir de Erasun– y de otro femenino –cromlechs de Ezkain–, para mostrar al envidiado pájaro sus alas.