¿Cuántas personas abominan de los fines que persiguen las empresas para las que trabajan? Periodistas que colaboran en medios de comunicación cuya línea editorial detestan, o cuya parrilla de programación les produce sonrojo, licenciados integrados en multinacionales que lo supeditan todo a la obtención del máximo beneficio, personal empleado en cadenas de comida basura, en conglomerados energéticos que atentan contra el medio ambiente, publicistas que hurgan en los bajos instintos o en las inseguridades de las personas para inducirlas a consumir… ¿Cuántas personas se plantean las consecuencias que se derivan de su trabajo para las empresas que las emplean? ¿Cómo afecta a sus conciencias? ¿Cuál es el margen de maniobra de que disponen en la sociedad actual? ¿Nos gusta la sociedad en que vivimos? ¿Es posible modificarla, mejorarla?... Si semejante batería de preguntas, en lugar de indiferencia o escepticismo, despiertan tu curiosidad, tu interés, entonces la propuesta literaria de Belén Gopegui, y muy especialmente la de El padre de Blancanieves, su última novela, va dirigida a ti.
Pocos escritores españoles ofrecen en la actualidad una trayectoria tan coherente como la autora madrileña. Cuando abordamos la lectura de uno de sus libros, sobre todo a partir de su tercera novela, La conquista del aire, sabemos de antemano cuál es el territorio en el que nos adentramos. Un mundo tejido de relaciones laborales, familiares, sentimentales y de amistad, un puzzle a escala de la vida cuyas piezas se van colocando en función de las decisiones que adoptan sus personajes y de las consecuencias que provocan en su entorno. El énfasis varía entre una obra y otra: la amistad amenazada en La conquista del aire, las servidumbres del mundo laboral en Lo real, las relaciones de poder entre países en El lado frío de la almohada junto al sentimiento hacia el papel que aún hoy juega una revolución cubana siempre amenazada. El padre de Blancanieves supone una nueva vuelta de tuerca al imaginario de Belén Gopegui, un esfuerzo por integrar sus temas fundamentales en una misma narración, de modo que el lector pueda comprobar cómo interaccionan unos con otros. En este sentido, sería su obra más global, más compleja y ambiciosa hasta la fecha.
El detonante para la acción es la queja de una clienta de un supermercado por un pedido mal servido que provoca el despido de un inmigrante ecuatoriano, quien se presenta en casa de la mujer y le responsabiliza de su situación. A través de él, la autora parece querer alertarnos de las consecuencias no deseadas que tienen muchos de nuestros actos y de como éstas se ceban a menudo en el eslabón más débil de la cadena, en este caso un inmigrante, de igual modo que muchas decisiones por parte de estructuras más amplias como gobiernos o grandes empresas tienen efectos perniciosos en los países más pobres. El percance provoca una crisis personal en la mujer, además de una implosión en su familia de efectos irreparables, que culmina en una toma de conciencia por su parte respecto de su lugar en el mundo y de su compromiso con la sociedad.
El grueso de la acción, no obstante, se centra en la puesta en marcha de un proyecto por parte de un colectivo, en el que se halla involucrada la hija de Manuela, la mujer responsable del despido del inmigrante ecuatoriano, llamado a demostrar que algún tipo de acción, aunque sea con una fuerte carga simbólica como es el cultivo en la azotea de un edificio de una variedad de algas que absorben CO2 y liberan oxígeno a la atmósfera, es factible. La actuación del colectivo, que en la novela cuenta con una voz propia tan definida como la del resto de los personajes, sirve a la autora para proponer una actualización al siglo XXI de conceptos caídos en desuso, como revolución, miltancia o compromiso. En este sentido, la escritura de Belén Gopegui recuerda a la de esos autores que se sirven de sus plumas para protestar contra un determinado régimen tiránico, como no hace tantos años ocurría en nuestro propio país. Por lo general, una vez caída la dictadura, cae también el ardor combativo de muchos de esos autores. Para Gopegui, sin embargo, la lucha continúa con un ardor idéntico a aquél con el que otros combatieron, o aún combaten, regímenes despóticos. La raíz del mal no se extingue con ellos; quizás sí la más inmediata pero no otra que se halla más allá, que sigue influyendo y condicionando nuestras vidas y a la que merece la pena hacer frente. Es al servicio de esta otra lucha, más amplia y difusa, que Belén Gopegui plantea su obra: la lucha por recuperar la capacidad de decidir sobre lo que es bueno investigar, elaborar y transformar; la necesidad de proteger a los sujetos más frágiles; la resistencia a que sean unos pocos los que decidan y se apropien del trabajo de la mayoría. La lucha, en definitiva, entre los ámbitos público y privado, entre los intereses del colectivo y las ambiciones de determinados individuos o de los segmentos más favorecidos y organizados de la población. Una pugna sorda, en la que se rehuye el empleo de etiquetas, bien por ya gastadas o porque interesa mantener su carácter anónimo, que en buena medida condiciona y determina nuestras vidas.
No es, por tanto, casual la dimensión medioambiental del proyecto elegido por el colectivo para hacer sentir su voz, una causa inmediata, próxima, frente a la que resulta muy difícil permanecer indiferente. Esa bomba de relojería en que los seres humanos hemos convertido el planeta, cuyo tic tac se escucha cada vez con más fuerza y que tantas preguntas, difíciles, desagradables, plantea. ¿Quién o qué decide el destino del planeta? ¿A quién o a quienes pertenece el poder de tomar semejante decisión? ¿Funciona a este respecto el cauce político de que nos hemos dotado las democracias occidentales? ¿Está el sistema capitalista capacitado para hacer frente a una crisis medioambiental que él mismo ha acelerado cuando no contribuido a crear? ¿Dispone dicho sistema de los recursos, de la elasticidad suficiente? ¿Y el precio, cuál será? ¿Cómo se distribuirá la factura?
Pero la fuerza e inmediatez de la causa medioambiental supone al mismo tiempo un lastre para El padre de Blancanieves en la medida en que al lector, como sucede en la novela a algunos de los voluntarios comprometidos con el colectivo, le resulta difícil sentir empatía, identificarse con un proyecto de marcado carácter científico cuyos mecanismos le resultan extraños, no importa lo loables que puedan ser sus resultados. No es fácil entusiasmarse con el acoplamiento de fotobiorreactores, con el proceso de la fotosíntesis, o con la producción de Spirulina, como en su día les sucedería a los rusos o ucranianos con los publicitados logros tecnológicos del régimen soviético. Y es que cuesta visualizar un sofisticado proceso de cultivo de algas como el símbolo de una nueva revolución.
La autora no oculta de qué lado caen sus simpatías. Pone su escritura al servicio de sus ideas, de un discurso que se sirve de la realidad y que empuja al lector a posicionarse respecto de la sociedad en que vivimos. Por ello, los planteamientos opuestos a su visión, representados en la novela por el marido de Manuela, adolecen quizás de la hondura de otros personajes, a lo que tampoco contribuye el que acabe asumiendo una condición de víctima propiciada por su visión equivocada de la vida, descubriendo así un flanco por el que cabría tildar a sus planteamientos de maniqueos.
En cualquier caso y pese a sus taras, El padre de Blancanieves constituye un eficaz antídoto contra la resignación, contra esa visión tan extendida que postula la inevitabilidad del sistema socioeconómico en el que vivimos y la ausencia de alternativas. ¿Cuántas veces nos lamentamos de lo mal que están las cosas pero las aceptamos, nos inhibimos, sea porque pensamos que su solución no nos compete, porque para eso ya pagamos y soportamos a los políticos que elegimos, o porque ésta se halla más allá de cualquier capacidad de actuación a nuestro alcance? Por todo ello resulta estimable el empeño de Belén Gopegui en identificar los rasgos y las acciones de un enemigo de naturaleza difusa, escurridiza, de modo que ante su llamada a la organización colectiva tengamos al menos una idea aproximada de quién y cómo es el enemigo al que nos enfrentamos.
Pocos escritores españoles ofrecen en la actualidad una trayectoria tan coherente como la autora madrileña. Cuando abordamos la lectura de uno de sus libros, sobre todo a partir de su tercera novela, La conquista del aire, sabemos de antemano cuál es el territorio en el que nos adentramos (...)