"Hijo del cerro,
presagio de mala muerte,
niño silvestre..."
Joan Manuel Serrat
Icaro en la estación de trenes
Sufrir,
sufrir hasta morirse,
mañana,
el martes, cualquier día,
lapidando ternuras y alegrías
fusiladas al claro del olvido.
Enlutar las campanas,
cegar de negro paño
la dolida visión de los cautivos,
sufrir de desamor y de delirio,
de paz atormentada,
de sangre que se vierte
en el rastro fugaz del fugitivo.
Sufrir en los establos
que no son de Belén, ni mucho menos,
en la tiznada lágrima que pende
sobre el rostro infeliz
de tantos niños.
Sufrir el hambre, el frío,
el silencio de Ruanda,
el oprobioso amor de las favelas.
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Sufrir la muerte misma
y su anticipo,
que es este dolor hondo
en el costado,
este ya no saber quién soy,
qué somos,
ni en qué puede aliviarte esta mirada..
Y verte cada noche deshacer los andenes,
sonriendo de fatiga y pegamento,
jugando a las barajas con tu ángel de la guarda,
que se viste de azul
como tu miedo.
Hasta que una mañana te barran de la acera.
"No se recuerdan los días,
se recuerdan los instantes"
Cesare Pavese
Hizo a la mar
su luz
la barcarola,
y estremeció mis huesos
el goce de la tierra,
encrespando la sangre
como un gran maremoto
de fuego y cascabeles.
Desde entonces
llamaron tus manos
en mi puerta,
como una exaltación,
un exorcismo,
una bandada de dudas
migratorias,
un oscilar del amor
al invierno.
Fueron de estío
mis horas más calladas,
mis públicos olvidos,
y Afrodita era apenas
una estatua en el parque,
cuando a mí no acudían
tu cuerpo y tu destino.
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Queda claro,
vivir es simplemente
una razón,
y un laberinto,
cárcel de minotauros,
arena calcinante
precipitando pasos,
oasis transparente
al filo del abismo.
El color es un modo
de transponer la noche,
y la piel un supremo
bálsamo del delirio,
una impronta de estelas,
un clamor metafísico.
Las malas horas traman
petrificar la pena.
Y mi júbilo duerme
inmutable en la hierba.