Hreinn Fridfinnsson
Serpentine Gallery, Londres
"Artista colecciona secretos. Envíeme el suyo: nunca nadie lo sabrá." Según cuenta el crítico británico Adrian Searle, esto ocurrió a mediados de los años 1970. Hreinn Fridfinnsson (1943), artista proveniente de Islandia, colocó un anuncio en una revista de arte holandesa para pedir a la gente que le enviase un secreto. Escribir por ejemplo en un papel: "el año pasado maté al gato de mi vecino" o "siempre quise ser mujer" o "tengo tres millones de dólares bajo mi colchón". Riesgosa operación, por supuesto. Convertirse en un coleccionista de secretos equivale a acaparar ideales, tormentos y sueños recónditos, es decir, aquello que no debe ser conocido por nadie, ya sea por vergüenza, por honor o por integridad. La simple revelación podría cambiar totalmente la situación tanto del poseedor como del depositario, amen de acabar con el secreto y alterar el orden de las cosas. Los secretos se revelan, como se revela la verdad.
De alguna manera, toda persona que tiene un secreto posee una pequeña verdad de carácter personal e intransferible que lo sostiene sin que nadie más lo sepa. Freud llegaría a basar la vida de nuestra conciencia en engranajes secretos subyacentes, esto es, secretos secretos a nosotros mismos. En realidad, todo el juego de la verdad, desde que lo inventaron supone que tiene que haber algo por conocer, algo que no está dado, algo secreto. El verdadero conocimiento reposa sobre la revelación de un enigma que da sentido a las cosas. Ya los antiguos griegos empezaron a buscar el principio que escondía el mundo y con el que se podría explicar su funcionamiento: dijeron que era el agua, que era el apeiron, que eran los átomos. Luego dijeron que este mundo no era verdad, que había otro, que había que seguir buscando. El secreto fue desplazado a esferas cada vez más recónditas, mientras el conocimiento se acumulaba en volúmenes y volúmenes. Lo no conocido permanece como un secreto y hoy los grandes científicos buscan encontrar el secreto de la vida, el del origen del universo, el de la anti-materia o el del final de la historia.
Si llegase a existir un guardián de todos los secretos sería una persona con enormes capacidades adquiridas, alguien capaz de alterar el orden establecido, un brujo o un sabio, según se mire. Fridfinnsson, a quien sitúan en el "arte conceptual", no recibió respuesta alguna (al menos es lo que dice) y su oferta quedo suspendida como una lúdica amenaza. En cualquier caso, puso a la vista el poderoso juego de engranajes formado por apariencia, arte y verdad. Hay tantas verdades en el mundo como secretos poseemos.
En el caso de este islandés podemos hablar del artista como un productor de secretos, lo cual lo coloca en relación con la poesía. Porque ¿no es la poesía la ciencia de crear secretos? La poesía nombra el mundo como por primera vez y da origen a una nueva mirada. Es decir vuelve a situarnos en la experiencia de lo desconocido, vuelve a la primera vez y si bien revela un secreto, necesariamente crea otro. La poesía no responde, interroga y guarda silencio. Lo sabemos, toda pregunta encierra otra pregunta como en un eterno juego de muñecas rusas.
Volvamos al trabajo de Fridfinnsson expuesto en Londres. Aparecen distintas fotos como testimonios de un trabajo realizado en 1971: puertas blancas en medio de un pasaje oscuro. Originalmente, el artista pensó: crearé estas puertas blancas para que resalten en mitad de este paisaje volcánico y renegrido, catorce puertas específicamente diseñadas para ser abiertas por el viento del sur. En una acción con clara reminiscencia al arte de Duchamp, el artista se preocupó de dar forma y desplegar estas entradas a la oscuridad a través del blanco. Pero cuando hubo terminado, contra todo pronóstico, comenzó a soplar el viento del norte. Y lo hizo con tal fuerza, que las puertas se cerraron para siempre. Fridfinnsson admitió los hechos y no volvió a este paisaje costero dominado por la noche. Las puertas debieran estar en algún lugar de Islandia. Hoy sólo quedan fotos. O secretos.