Ahora mismo en el centro del Atlántico, en la gran dorsal submarina, el magma que asciende forma rocas, masas de gabro profundo, diques de diabasa, almohadillas de basalto que asoman a la superficie, que trazan un destello de rubí en la oscura profundidad del océano.
Y el imparable ascenso provoca la expansión. El fondo marino a ambos lados se separa, y arrastra en su movimiento los continentes, Europa y África a un lado, América al otro.
Así está sucediendo ahora, así ocurre continuamente desde que el gran continente se dividió hace doscientos millones de años. Un surco se formó, como la grieta causada por un enorme cincel, y empezó la deriva. Al principio era sólo un largo valle profundo, luego el mar lo invadió y se inició allí el juego eterno de las olas y la arena, el sonido de la resaca que escuchaban los dinosaurios.
Sin embargo, mientras la actividad ígnea continúa en la dorsal, las rocas inevitablemente se enfrían al alejarse de ella. Y al enfriarse se vuelven densas, más pesadas que los materiales sobre los que reposan.
Y llegará un momento en que esta separación continua de Europa y América se detenga. El fondo oceánico comenzará a hundirse donde es más viejo y pesado, junto a los continentes. Se formará una fosa profunda y la subducción será un hecho.
Procedentes de las entrañas de la Tierra, las rocas que dormitan bajo el océano volverán allí en un ciclo imparable. Habrá terremotos y volcanes en ambas orillas, y el Atlántico empezará a disminuir de tamaño; acabará desapareciendo cuando todo su fondo se consuma y los continentes colisionen.
Surgirá entonces una gran cordillera, y los sedimentos que ahora se depositan bajo el mar deberán resistir el embate del hielo modelados en cimas que vigilarán orgullosas entre las nubes. Y en las profundidades de esa cordillera, como ha ocurrido tantas veces, probablemente la inestable raíz acumulada caerá, creando un impulso profundo de ascenso que dará lugar a una nueva división continental, un nuevo surco que rasgará la Tierra, una nueva invasión del mar, un nuevo océano separando continentes.
Inevitablemente. Por el curso natural de los acontecimientos. Igual que una caldera que hierve.
Porque has de saber que todo esto es sólo la forma peculiar que tiene la Tierra de enfriarse. Lo más caliente y ligero sube a la superficie, lo más frío y pesado se hunde de nuevo.
Y tú que lees escéptico estas líneas, sólo tienes que mirar a tu alrededor, y en la gastada piel de las montañas verás pruebas irrefutables de la repetición de esta historia varias veces.
Tú que miras ahora, en la Armórica verde o la Mauritania abrasada, los extraños dibujos de las rocas que asoman al cincel y la caricia del aire, recuerda que contemplas también los lechos de mares lejanos, el infatigable danzar de los continentes en un ciclo que no cesa.