La historia del mundo y la literatura han ido siempre de la mano. Indivisibles, hermanadas estrechamente por el lazo de la pluma y la credulidad de las gentes, en ocasiones se hace sumamente difícil desentrañar dónde termina una y comienza la otra, siendo que este tipo de interrelaciones arte/realidad han logrado colarse en la cultura popular y en los libros de historia. El historiador puede documentar o narrar historias que son o han sido vidas reales, como hacían Herodoto y Plutarco, y el que las inventa haciendo uso de su imaginación no difiere en gran medida de éste. Dentro del modelo de la "fiction", al inventar una historia hacemos servir las mismas funciones lógicas que al narrar sucesos reales.
Un ejemplo ya clásico de la irrupción de lo fantástico en la realidad sería el "Necronomicón" de H. P. Lovecraft, considerado aún hoy en día por sus fieles como obra fidedigna de los tiempos arcanos. En 1938, Orson Welles abrumó a la sociedad norteamericana con una supuesta invasión planetaria, cortesía del Mercury Theatre. Del hermético Hermes Trismegisto, a quien se atribuyen multitud de actos y obras durante su vida en el Egipto faraónico, no existe ninguna mención documentada anterior al siglo IV. El famoso libro ensalzado por los cabalistas, "El Zohar", pretende datar del tiempo de los patriarcas, pero fue escrito en el siglo XIII por Fray Luis de León. "Los viajes de sir John Mandeville" se leyeron durante décadas como testimonios veraces de lo que ocurría en los confines más lejanos de Europa, cuando su autor jamás pisó un navío para salir del archipiélago británico. Y una suerte parecida correría la narración antropológica más popular de todas, los "Viajes" de Marco Polo, en la cual se habla de unicornios, montañas de fuego y hombres inmortales. Alexandre Dumas daría a luz a un personaje clásico, el Conde de Montecristo, que daría la vuelta al mundo en infinidad de novelas y libros tras ser adoptado como hijo pródigo de la farsa histórica. Caso similar al del Conde de Cagliostro, de cuya existencia poco podemos afirmar con certeza. Otro imaginario de carne y hueso fue el Preste Juan, que durante la Edad Media se creía que reinaba allende el Levante mediterráneo y mantenía a raya a los infieles de Oriente. En el siglo que nos antecede, muchos buscaron los rastros de Sherlock Holmes, Arsenio Lupin o Hércules Poirot entre las calles de Londres y París, y, no sin ánimo bromista, más de uno aseguraría haber conversado con alguno de estos personajes de ficción.
No menos interesante es la clase opuesta a este tipo de personajes que trascienden a la realidad: el personaje real o que es tomado de la realidad, para terminar formando parte del acervo popular en las más abstractas caracterizaciones. Puede que Vlad Tepes, príncipe de Valaquia fuese aficionado a toda clase de actividades sangrientas, pero seguramente tendría muy poco en común con su epígono moderno, el conde Drácula. Asimismo, el misántropo personaje de Charles Perrault conocido como Barba Azul no era ni la mitad de cruel y despiadado que el execrable Gilles de Rais, en quien Perrault se inspiraría para escribir su novela.
Como la enumeración de cada parte del mundo o cada vida humana es tarea imposible, al imaginar posibles vidas se incurre en una creatividad relativa. Cualquier historia que se atenga a las leyes naturales puede ocurrir o haber ocurrido o estar ocurriendo, como saben también los físicos. Por eso no se habla de don Quijote o de los tres Mosqueteros como de literatura fantástica ("¿Acaso no creemos en la existencia de don Quijote como creemos en la de César?", se preguntaba Flaubert). En ocasiones, lo que tenemos por fantasía es fiel a la percepción de una realidad intersubjetiva, y lo que creemos real, gracias al acto de fe, a la experiencia o al método científico, se hace cada vez más fantástico (como en el caso del agnosticismo, el empirismo radical o las teorías atómicas, todas ellas representaciones de una realidad abstracta y poco menos que extraordinaria).
Sea como fuere, el realismo es un atributo de la fantasía y la fantasía un atributo del realismo, y el mundo de los hechos sensibles sólo un escenario de infinitas combinaciones. El arte de contar historias sería como el imposible periódico de Arthur Machen, en el que se publican noticias de crímenes que nunca han ocurrido. La diferencia es sutil. Lo que "ha sucedido" y lo que "podría suceder" ya no se ve como algo antagónico y no hay nadie allí que los desentrañe de su auténtica naturaleza, a saber: la realidad o la imaginación.