LUKE nº 89

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Literatura

Don Quijote y Mi Vecina

Guillermo Bravo

Bailando

Por la ventana entreabierta veo a mi vecina, con un lampazo entre las manos, usando el cabo de micrófono, señalando a un inmenso publico, siguiendo una canción (su ultimo hit) con los labios, bailando según la coreografía, brillando bajo las luces rojas y verdes de su cabeza.

Es cierto que es hermosa, pero para el resto del universo no es Britney Spears.

Suena el teléfono, hasta yo lo escucho, pero ella sigue cantando, no puede interrumpir el show por una simple llamada.

Ella es mi Quijote. Confundir un lampazo con un micrófono y una cortina con un basto publico es básicamente lo mismo que confundir molinos con gigantes y fondas con castillos.

Y ¿Quién no ha sido mi vecina? ¿Quién no lo es varias veces al día?

El Quijote no es el libro que es para todos nosotros porque es divertido, ni porque es original, ni porque inaugura la novela moderna. Su importancia radica en que su temática toca un punto central en el conflicto del ser humano: la dialéctica entre lo "real" y lo imaginado. A veces la frontera es muy débil. Andre Gide ha dicho: "Siempre desconfié de lo real. Esto es así, pero podría ser de otro modo. Si abro esa puerta, tendría que estar el living, pues siempre esta allí, pero si al abrirla encontrase el mar, sí, el mar, no me asombraría demasiado. El hecho de que esté el living ya es bastante extraño." Esa dualidad todo hombre la ha sentido, y sobretodo los escritores. Retóricamente, podríamos borrar la diferencia entre real e imaginado, pero todos sabemos -si no padecemos ninguna patología- qué es la realidad, aunque no podamos explicarlo. Porque formamos parte de ella, y porque somos esa realidad.

En una hora mi vecina habrá terminado de hacer la limpieza, o de dar el recital, y volverá a llamarse Valeria. Como el Quijote que, cansado y enfermo, tubo que admitir su desatino, que se coló en nuestros días.