(En la foto se ve el Stari Most, el puente antiguo de Mostar sobre el río Neretva, en Herzegovina. Durante la guerra fue destruido por las fuerzas croatas. La ciudad quedó arrasada por obuses y francotiradores. El puente fue reconstruido y los mozalbetes de Mostar siguen saltando desde él para impresionar a las jovencitas).
Hace poco más de un año, el escritor austriaco Peter Handke se vio envuelto en una polémica, en buena parte generada por él mismo, que ponía de actualidad una vieja cuestión: la relación entre el compromiso ético y el compromiso artístico. El caso de Handke puede considerarse como paradigmático ya que se trata de uno los más reputados autores europeos y de que los sucesos de la discordia son relativamente recientes.
A grandes rasgos, la secuencia de los hechos fue la siguiente:
El caso trae a colación un asunto siempre espinoso: la ética del artista. ¿Deben tenerse en cuenta los posicionamientos morales y políticos a la hora de valorar la calidad artística de una obra? Personalmente creo que no. Aunque uno sea tan hipócrita como Dalí abrazando el nacionalcatolicismo, o tan antisemita como Celine, o tan complaciente con Fidel Castro como García Márquez, o compadree con sujetos tan detestables como Milosevic, la obra no debe quedar por ello rebajada.
La imagen actual del escritor de éxito es la que representa Saramago: un excelente escritor y al tiempo un hombre bondadoso y lúcido que no tiene reparos en alzar la voz contra lo que considera injusto. Pero la historia de la literatura está plagada de sujetos de muy distinto pelaje, individuos inadaptados o incluso despreciables: suicidas (Hemingway), maniacos autodestructivos (Scott Fitzgerald), conspiradores condenados a muerte (Dostoyevski), vagabundos puteros (Henry Miller), constructores de pantanos que anegan pueblos (Juan Benet), enfermos mentales (Malcolm Lowry), alcohólicos (prácticamente, todos los mencionados), pedófilos (Antonio Machado), Rimbaud y Verlaine (que pueden ser incluidos en casi cualquier categoría de las anteriores), y hasta ministros (André Malraux). Y todas estas edificantes conductas nada revelan, ni a favor ni en contra, de su valía literaria, sino únicamente de su condición y de sus aficiones y/o afecciones.
Existen situaciones de todo tipo. Hay buenos escritores de cuya bonhomía no tengo duda alguna, como por ejemplo, Antonio Muñoz Molina, y otros que, me parece a mí, caen en el cinismo de las medias verdades en cuanto se lanzan a la arena política, por ejemplo, Vargas Llosa. Para evidenciar la confusión vale añadir que el primero dijo del segundo que si bien sus artículos de opinión son inequívocamente conservadores, sus novelas siempre se inclinan por defender al más débil (la tercera faceta del peruano, la de crítico, tampoco tiene desperdicio; en el excelente La verdad de las mentiras demuestra que es capaz de encontrar alusiones anticomunistas en cualquier papel impreso, desde las devastadoras metáforas de Orwell hasta el Pravda soviético, si se pone).
El caso Handke es sólo una muestra más de la polémica. Tal vez tenga razón cuando habla sobre el sufrimiento olvidado de los serbios, lo que en modo alguno le resta un ápice de culpa al siniestro ex-presidente yugoslavo. Cada uno es libre para defender lo que estime oportuno. Pero es detestable ver a un intelectual tomar la palabra en el sepelio de un dictador corrupto y genocida (o al menos cómplice de la barbarie).
(Artículo publicado en el Cuaderno de Trieste el 28 de junio de 2006)