Quedé en llamar a una mujer y nunca lo hice, quedé en ver a un amigo y nunca lo hice, quedé en no estar solo nunca más y nunca lo hice, quedé en hacerte feliz y cerraron los colegios y las agencias de viajes, quedé en que te odiaría y no me acordé. Desde aquí soy como los mirones del movimiento desacelerado de la copulación entre las tortugas y de la escritura automática de los paneles informativos, los trenes con nombres de aves, los muertos más salvajes, y los monstruos al final del pasillo llorando entre el Bosco y los incendios al otro lado del callejón, los cambios en mi humor inseguro, de la cerveza al agua caliente, y algo leído de Óscar Wilde.
Atocha. Estación de Trenes
Errantes
En un principio éramos, después vagamos, nos prestaron habitaciones y apellidos. El dinero nos duró Agosto nos costó septiembre y en diciembre éramos dos tumbas que no se hablaban.
El tiempo con su tristeza nos convierte en duendes, como esa estrella que no termina de consumirse, como ese invierno que permite nuestro odio, como el después de tantas segundas cosas.
Que una vieja prostituta sin labios nos leyera los ojos y de paso las manos, sin ser cíngara ni cirujana sólo demonio, en la trastienda de un mercado de animales, eso pudo haber sido un aviso.
¿Cómo puedo amarte sin que llueva
obligarte a desayunar sin que vomites
distraerte de ese alimento tuyo
que te aleja de mí para siempre
cada noche
cómo evitar que te vayas de ti
para no convertirte en ninguna otra persona
respetar tu vicio cuando tú eres el mío
saber si estas ahí cuando
sin ninguna distancia
te miro y dudo
cómo puedo permitirte morir
lentamente y acribillada
por los mosquitos y las sombras?
Hemos ardido con los edificios
y las partes arrancadas
de huesos metálicos.
Las familias mutiladas y las intactas
que descansan sobre fortalezas podridas por sorpresa
con turistas armados con cámaras fotográficas
y dinero
un lugar para dormir ya pactado
la cabeza llena de pestillos
y el miedo de las revueltas.
Dresden, junto al Elba
No te rezo
porque seas mi elección
ni una droga muerta en mis sentidos.
Tu parecido con la tierra
no se limita a unas plantas
a las bicicletas que mueren
y pueden alejarte
mientras los drogaditos van vendiendo sus retinas
por tus bares y callejones
Tu parecido está lleno de patios disparados.
Berlín Este
Armando Rivero, nace en San Andrés en 1975. Su obra publicada la componen el poemario "El hombre que cosía camisas de fuerza" (1997) también incluido en el libro recopilatorio de cuadernillos "Alternativa" (2002), la pieza teatral "Conversaciones con el yo" (2000) y los libros de poemas "Las celdas de mi cuerpo" (2001), "Imposibilidad del agua" (2002) y "Los barcos de Damián" (2006) con Ediciones Baile del Sol. También han aparecido sus poemas en la revista cultural "La Higuera", y sus versos han colaborado en exposiciones del pintor Miguel Miranda y en diversos recitales. Dentro de sus trabajos inéditos se encuentran el verso y la narrativa.