A veces sueño frases absurdas. Quiero pensar que son fragmentos
de otras que dije o igual no, pero debí de decirlas. A veces callamos
porque no nos da tiempo a separar unas imágenes de otras
y todas a la vez nos abruman y confunden. No es fácil
separar las raíces subterráneas de las magnolias, por ejemplo,
del temblor ante unas manos abiertas. Mi hermano huye
de los médicos porque la enfermedad le espanta. Yo, a diario,
visito todas las consultas de la ciudad por idéntico motivo. El miedo
tiene efectos inverosímiles. ¡Qué miedo el azul del cielo! ¡Negro!
decía Juan Ramón mientras buscaba una mansión con vistas
a todos los hospitales del universo. Yo tengo miedo ahora
a esas frases absurdas que sueño, miedo si las dije o miedo
si las dejé enterradas en el silencio y ahora despiertan
y me agarran, nocturnas, para exigirme su presencia entre las ubres
agonizantes de estas páginas. Yo tengo miedo ahora
a ese sin decir que acumulamos porque no sabemos cuánto
de inacabado nos pertenece y cuánto, en realidad, nos sobra.
La precisión es siempre una verdad a medias, una fractura
de los sentidos, una brecha que presentimos irreparable
cuando una simple gota de sangre nos recorre la espalda
y ni siquiera recordamos el lugar exacto, el origen de la herida.