todo es superficie porque sólo existen trayectorias, porosas de sí; no vemos más que lo que hunden nuestros pies; los alrededores: metáforas de esa soledad. Mirabas mi rostro durante horas en silencio cada noche. Todo es superficie. Hasta el amor carece de raíz: llorabas, llovía, ese agua sólo buscaba el riego que lo prendiera a la tierra; pero la tierra no existe, te digo. El agua se inventó para inocularnos la ficción de los campos de fuerzas, de la compañía, de un hilo de mensajes que vertical nos atraviesa; no así la luz, que se frena en la piel y pone en marcha el ansia del beso. Lo que vi en tus ojos jamás nadie lo vio, que fuimos la vida secreta del agua, y un juego de cuerpos para revalidar esa fuga sin cifra por la cual el ser humano es algo más que un trozo de saliva. Como todas las cosas que importan, nuestra alucinación no tuvo contemporáneos: un cristalizar sin agua, sin hilo argumental. Lo recuerdo. Hubo un día en que por primera vez vi pájaros desde tu ventana, creí que ellos también nos miraban, no lo entendí como el presagio de lo que vendría; sólo existen trayectorias y a ambos lados la luz que al fin se oxida entre dos manos apretadas en la despedida. Fuiste la llama de mi razón alucinada. El álgebra de mi transformación en animal: como ellos, a tu lado morí y no supe que había muerto [bendita seas], me volví inmortal. Divino tu cuerpo por catastrófico, radical, una línea de costa; por fractal
desconocías el Principio de Mínima Acción por el cual la luz [todo en general] busca el camino más rápido para viajar entre dos puntos. Circunvalamos la ciudad contradiciéndolo cuanto pudimos. Partíamos del fin; en realidad no nos movimos. Pasamos por delante de unas excavaciones [fibra óptica, cableado, comunicaciones Siglo21], e hice una broma acerca de aquella mujer y aquel hombre que encontraron abrazados en la excavación de Pompeya. La escena salía en Viaje a Italia, los descubrieron mientras filmaban. Ingrid Bergman también entonces se había echado a llorar. Partir de un recuerdo equivale a partir del fin, los recuerdos se construyen para el último día aunque nos engañe su gen de pasado. En realidad no nos movimos. Me invitaste a un Lucky [frase entre tus dedos], y en esa cinética apariencia encontramos el exceso, la belleza para alcanzar lo que al llegar al fin nos convirtió en algo más que una frase para el fin, algo más que un isótopo, un punto de luz que no desapareció porque nunca partió. El camino infinito de verdad más corto
Sin embargo, no se sabe aún
si las fusiones de galaxias y agujeros negros
son propias de una etapa concreta de
la evolución del universo.
Puede que fueran más abundantes
en el pasado, pero la propia Vía Láctea se unirá
a la de Andrómeda dentro de unos pocos
miles de años.
Y será un proceso desigual.
en aquel hotel de Capri te vi como realmente eras, sagrada, violenta, promiscua, dulce, ingenua, en resumen A.H. frente a Tiffanys desayunando resaca con diamantes. Pero diga lo que diga Oriente el mal existe, se da en cierta forma de cohabitar contrarios. Nos hicimos una foto desnudos en el espejo que por alguna ley física no salió. Exceso de felicidad, capilaridad. Se anulan los símbolos, se descomponen los cuerpos, paradoja que invalida y funda el miedo. Estabas tan entera con aquellas botas de punta; tan propiamente distante en la Casa Malaparte. Hiciste muchas fotos al letrero Circunvesubiana, cinturón ferrocarril que rodeaba al Vesubio; su rumor humeaba: bestia cansada que circunvalamos también en silencio aquel último martes en otra ciudad sin centro ni criterio.
Con el poemario "Carne de Pixel", Agustín Fernández Mallo acaba de ganar el premio Ciudad de Burgos de Poesía. Nuestra más sincera enhorabuena.