Cansada de ser la Nancy de tu marido, de ponerte y quitarte trapos de Lacroix, de intentar ser más infanta que él, que tiene mucho de enana Velazqueña: así te imagino. Cansada de sus excentricidades, del patinete con el que recorría el barrio de Salamanca mientras cuatro escoltas le seguían al trote, ¡pobrecillo! en esas tardes de mucho escaparate y más compra. Cansada de ver cómo se te iban llenando los armarios de fulares, de abanicos, de pulseras, de pantalones de paramecios y capas españolas, de sus chorradas, vaya. Pues parecía, o al menos así nos lo pareció a nosotros, los que pagamos sus orgías de Visa, que el Duque del Lujo se cuidaba más de la percha que de tu real entrepierna.
En Mallorca, donde tú te lo pasas pipa, él languidece como una flor privada de riego, pues ya se sabe que el calor del agosto mediterráneo sólo es apto para guiris y plebeyos. A él le van más los Hamptons, los desfiles del brazo de Nati, las noches de pasarela entre Möets y Chandones, mundanas de firma y forma y excéntricos de saneado saldo. Esos que, como él, jamás preguntan por el precio de las cosas. Pero a ti, Borbona azul, te gustan más los caballos, la vida al aire libre, el mar y la carcajada. Y recogerte prontito, que sólo eso tienes de gallina. Ya ves, chica, algo nos barruntamos cuando te vimos saliendo de Ikea: "la infanta redecora su vida, se quita lastre, le da pasaporte al de la capa". El pasado verano, nos diste una pista al largarte a Croacia con tu hermana. Sin el duque, por cierto, al que de la noche a la mañana se le torció el estilismo y se le alargó la quijada. Y ahora nos lo confirmas, martes y trece, a mal fario. Qué diablos, ¡haces bien poniéndote el mundo por montera! A fin de cuentas, si el futuro rey se casa con una divorciada, a ver por qué tienes tú que aguantar a ese fantasma. Y ya que estamos, Elena, felicita de mi parte al rey, ese señor tan campechano al que a poco que se le agite, se nos sale de la baraja. Tú conoces el motivo; lo conoce toda España. Con politono. Sin politono. Con dos narices.