Los barcos de Damián (Baile del Sol, 2006), de Armando Rivero
Si un poema no late es mero objeto de decoración. Aquí hay pálpito, es decir, hay vida, con todo el desorden y todos los altibajos que una afirmación así puede encerrar. Mientras leía los poemas que componen Los barcos de Damián, fue inevitable recordar aquello que Richard Brautigan dejara escrito en el prólogo de su libro June 30th, June 30th..., una confesión temeraria y honesta, quizá un modo de excusarse, pero también un modo de quedarse desnudo, de llevar su escritura a ras de suelo o, lo que es lo mismo, a ras de vida. "La calidad de los poemas es irregular pero los he impreso todos porque son un diario que expresa mis sentimientos y emociones en Japón y la calidad de la vida es a menudo irregular". Esto escribió Brautigan y esto mismo es aplicable al último libro de Armando Rivero. Quien ame los versos medidos y repensados hasta la sequedad, quien no crea que en la intuición vive el mayor de los tesoros, no hace falta que se compre este libro. Seguramente tendrá muchas objeciones que hacerle y seguramente tendrá razón en todas. Y qué. La poesía de verdad se escapa al análisis frío de los fanáticos del bisturí. Pero aquí, incluso en los poemas más flojos, hay un verso o varios que los salvan, que iluminan una voz hecha a sí misma, original, ebria de experiencias, de música, de viajes realizados como si fueran una última oportunidad, de amores transitados en habitaciones hechas precipicio, de "la libido en los ojos de las cerraduras". Escribe Rivero: "La tristeza de las avenidas me agota. Atravesar un país me salva, por suerte aún me quedan países y agotamientos". O sea, el libro que tenemos entre las manos no es más que un catálogo de los países y agotamientos del poeta, una invitación para un viaje repleto de paradas inesperadas, de versos sugerentes, de preguntas formuladas desde una Viena que bien podría ser un andén maloliente en mitad de la nada, de flores como lágrimas en el mercado de Munich, de mujeres de reflejos y cabellos y movimientos castaños que duermen hasta la locura en un octubre hecho encierro. Es cierto, quizá a Rivero le falten lecturas, quizá tenga todavía que aprender a desdeñar los poemas más flojos, quizá a veces no baste simplemente con la intuición. Pero aquí tenemos a un poeta de verdad (que no es poca cosa) y un buen libro que podría haber sido mejor de haber actuado con criterio más estricto en la selección final. Pero ya se sabe, la calidad de los poemas, como la vida, es a menudo irregular. Pero merece la pena vivirlos. Pero merece la pena leerla.
Una mujer compra las últimas
flores del mercado,
una mujer compra las últimas
flores del mundo,
las envuelve, las esconde
y se las lleva al final de un impulso
de suicidio
su casa es una calle inmensa
dentro de otras calles.