LUKE nº 85

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Música

La Sra. Smith

Victoria Salvador

Patti Smith

Cuenta la leyenda que Patti Smith se casó con Fred ("Sonic" Smith, componente de la banda de Detroit MC5) tan sólo porque no quería cambiarse el apellido. Ahí podemos entender que: a) como a mí misma y a tantas otras mujeres, a Patti le repatea la -mala- costumbre anglosajona de dar por hecho que una mujer que se case adoptará el apellido de su marido, perdiendo su identidad para siempre y provocándole la sensación de ser la propiedad de un hombre, y por eso optó por esposarse con un señor que se llamaba igual que ella o, b) que quiso darle a sus hijos -Jackson y Jesse- su propio apellido sin tener que liarse en burocracias que tienden a poner la zancadilla a mujeres con esta clase de ínfulas. Ella, sea como sea, no parece haberse inmutado por este bulo que, probablemente, fue inventado por alguien que la conocía muy bien. Además, resulta que sí que amaba al tal Sr. Smith, que la dejó viuda en 1994.

Antes de 1978, yo no conocía a Patti Smith. Mis necesidades musicales se saciaban con las tardes radiofónicas de SuperPop, escuchando los gorgoritos de Kens como Leif Garrett o Los Pecos. Sin embargo, una vez dejada atrás la tontería adolescente, yo estaba destinada a desarrollar un cierto gusto por la música de verdad, que se inclinaría por los modales neorrománticos de Adam & The Ants, el tecnopop llenapistas de Depeche Mode y la majestuosidad del rock de U2. Aunque, entre una cosa y otra, empecé a captar destellos de lo que podríamos llamar otras realidades. Como dijo no sé quién, hay otros mundos, pero están en éste. Y Patti Smith era uno de esos mundos. Como Dylan, Bowie o Queen. Tenía yo, pues, 12 años, y una canción que sonaba constantemente en las emisoras que sintonizaba mi hermana mayor empezó a instalarse en mi cabeza, desbancando a las melodías tontorronas superpoperas. Arrancaba con un piano, y la voz que se imponía era diferente, desgarradora, única, empezando suave, engañándonos, para subir, sólida, a la cima del estribillo, que era pegajoso y comercial, pero de una calidad insoslayable. "Because the night", escrita a cuatro manos con el futuro Jefe, Bruce Springsteen, se convirtió en el mayor éxito de Patti Smith, un hito que jamás igualó; hecho que no la sumió en las profundidades, porque su meta nunca fue ser una superestrella del pop. Se conformaba con escribir poemas y ponerles música o publicarlos, con ser amiga de Mapplethorpe y Ginsberg, con decir lo que pensaba sin importarle un pimiento que la tacharan de transgresora. El álbum al que pertenecía esta joya, "Easter", fue el tercero y el más comercial de su carrera. Su carátula, con una Patti esplendorosa, arreglándose el enredado pelo negro, envuelta en un vestido del color de su piel y mostrándonos su axila al natural, sin depilar, hizo una muesca en mi particular tacón de adolescente en busca de identidad, algo de lo que no me acordaba hasta hace muy poco, cuando volví a ver la foto. ¿Quién no quería ser así, pensaba yo en aquellos días de primera juventud: guapa sin serlo, sexy sin quererlo, interesante sin intentarlo?

Y Patti, a sus serenos a la par que inquietos sesenta años, ha saltado de nuevo a la palestra. El pasado mes de marzo participó, junto a Lou Reed y Laurie Anderson, en un evento organizado por el Institut Ramon Llull en colaboración con el Baryshnikov Art Center, "Made in CataluNYa", pensado para divulgar la cultura catalana en Nueva York. Leyó, con gran emoción según comentaron los asistentes al acto, poemas de Maria Mercè Marçal, Josep Palau i Fabre, Pere Gimferrer, Joan Vinyoli y Martí i Pol. Su maldicho pero bienintencionado "¡Viva catalán!" aún resuena en Manhattan, y aquí, en la cuna de los poetas cuya obra quiso recitar, esperamos en candeletas su concierto enmarcado en el festival Primavera Sound. En septiembre vi una foto suya de juventud, la más andrógina que encontraron, decorando una página de tendencias de una revista de moda, junto a la de Bowie en su etapa Ziggy Stardust. Su delgadez, su look aparentemente desaliñado y masculinizado y su intemporalidad, su no-pasar-de-moda la han convertido en un icono de estilo para las/los más fashion. Es curioso pensar que ambos artistas fueran los abanderados de la libertad sexual en los setenta, ante todo en su vertiente homo, ya que, como bien comenta ella en una entrevista reciente, "yo siempre fui heterosexual". (Bowie también, a pesar de sus aventuras con hombres y sus declaraciones presuntamente escandalosas.) Otro tema es que en la mencionada revista, y en otras, aparezcan esas imágenes de ambos realizadas en su apogeo setentero para ilustrar el revival de los 80 en la moda. Incongruencia indigna de tales publicaciones. ¿Desliz o política revisionista?

Smith acaba de editar álbum, "Twelve". Criticado y alabado a la par, -irregular quizá sería el mejor adjetivo-, contiene 12 canciones de otros que Patti aborda como le da la gana, colándole un banjo a "Smells like teen spirit" de Nirvana y rebajando la tensión de "Are you experienced?" de Hendrix, los temas menos acertados de la selección, según sus fans. Lo principal, sin embargo, es eso: que lo hace como le apetece, a su manera, sin pedir permiso ni perdón, bordando o desmigando las composiciones de esos otros, contemporáneos en su mayoría -Dylan, Paul Simon, Neil Young, Rolling Stones- aunque también se atreve -nos jugamos una mano que ellos estarán en las nubes- con Tears for Fears y su himno ochentero "Everybody wants to rule the world". Patti puede hacerlo, porque está cubierta por la pátina de lo intocable, aquello que planea por encima de modas y de tendencias. Y es por ello que las sigue protagonizando.