Lo cual está muy bien, significa que existe la variedad. Si ni siquiera Mozart es universal no voy a pretender yo que mi humilde trabajo fascine a todo el mundo. Sentarse a escribir una novela, un relato de tres líneas o una película implica optar por un punto de vista, lo cual implica tomar partido, lo cual nos lleva a definirnos del lado opuesto al de alguien. Nuestros manchurrones sobre tinta o sobre pixels electrónicos que se parecen a letras requieren de cierto esfuerzo para ser descifrados al que llamamos "leer". Dicho ejercicio es catalogado inmediatamente en la esfera de lo intelectual y lo elitista. Pero en el cine, cuya lectura se practica desde la mejor de las poses del "sillonbol" la primera lectura y la más común es la que se produce desde la catarsis emocional. Todo el mundo siente, ergo, todo el mundo entiende de cine. Lo cual está muy bien, salvo por el pequeño detalle de la constitución espontánea del público como un juez implacable y radical cuyas sentencias se resumen en dos: La película es una maravilla digna de un museo, o nos enfrentamos a una porquería infumable a cuyo director y productor habría que enterrar en galeras. Vivimos en una sociedad de miras estrechas, conservadoras y reguladas por el temor. (Qué mal suena todo eso...) Una sociedad cuya imagen de sí misma es la de un elemento liberal, progresista y abierto. Resulta interesante observar el desarrollo de esas reacciones llenas de pasión y desenfreno frente a una película que se parece mucho, o no se parece nada a lo que nosotros pensamos de la vida. Últimamente, he podido observar en carne propia uno de esos particulares fenómenos reactivos. Se me ocurre escribir un sencillo proyecto para un guión. La protagonista no sale muy bien parada. Primera osadía: es una mujer que no demuestra ser mucho más lista que él. La reacción no se ha hecho esperar. Me han llovido preguntas, sugerencias, y críticas descarnadas de todo tipo ante semejante barbaridad. ¿Cómo se me ocurre, (en los tiempos que corren) dejar mal a la protagonista? ¿Cómo es posible que yo, siendo mujer como soy, haya escrito un guión en el que la chica no demuestra su supremacía frente al temible agresor masculino ante el que siempre hay que estar en actitud vigilante? Yo, que había hecho una apuesta conmigo misma a que el resultado sería exactamente así, sonrío. ¡Qué inconsciencia la mía no darme cuenta de que debo limitarme a escribir cosas en clara defensa y obvia descripción de no sé qué extraña supremacía femenina! Especialmente siendo yo una mujer... Y yo me pregunto, ¿cómo se entiende una creatividad supeditada a los caprichos de cada una de las distintas oleadas frenéticas que atacan a los distintos grupos y sociedades? Yo no pretendo gustarle a todo el mundo, (no les gusta Mozart...) pero de ahí a ejercer de pintor de la corte o de la Iglesia y poner mi pluma y mi capricho al servicio de quien sea a cambio de ni siquiera nada... El cine, más que ninguna otra situación mínimamente creativa que yo haya podido vivir está férreamente sometido a los dictámenes de la Santa Inquisición. Antes de empezar a escribir el guión se te recuerdan, (por supuesto con mucho cariño y sólo como sugerencia), todas aquellas cosas que no son políticamente correctas. Véase, cómo debe ser la protagonista, que los buenos ya no fuman, tampoco beben excesivamente, no están gordos, no se drogan, son ecologistas, moderados y tibiamente vegetarianos y una larga y apabullante lista de cosas que, créanme, como guionista le quitan a uno las ganas de "meterse en el fregao". Pero el cine es dinero y al dinero le importa muy poco nada que no sea el orgásmico hecho de reproducirse. No se engañen, si lo que aparece en la película es nocivo para nuestra salud, lástima y si no lo es, pues mil sobre hojuelas. Porque esa no es la cuestión. La cuestión se llama resultados en taquilla e índice de audiencias y eso lo hacemos ustedes y yo con nuestra humilde y discreta contribución. Así que, o cambias el final y la chica queda como una reina o no hay dinero para el rodaje. Y ya que estás, que el tipo reciba doble ración de justicia poética y acabe sin un duro y tirado en cualquier sitio. Los clichés están tan definidos que da para poco más que para cambiarles el traje. Con frecuencia he oído decir a mi alrededor que el arte, todas las artes, las que sean, cualquiera de las múltiples formas de manifestaciones creativas de las que es capaz el ser humano no sirven para nada más allá de decorar o entretener. A mí me parece que eso nunca fue así. Los viajes de la imaginación son nuestra única esperanza para abrir puertas, alcanzar mundos desconocidos y encontrar soluciones alternativas a problemas que no sabemos resolver. Cuando volvemos la vista hacia atrás, nada nos gusta más que aquellas figuras rebeldes que dijeron no al poder establecido. Con el tiempo nos parecen los únicos patrones validos a seguir. Y es curioso ver como la diferencia, cuando la tenemos delante, nos resulta tan agresiva y tan difícil de digerir. Nos estamos convirtiendo en una sociedad radical, pero, mucho peor y más peligroso que eso, en una sociedad inconsciente de su propio convencimiento de la posesión de la verdad. Nos vemos a nosotros mismos como seres moderados cuyo falso pacifismo nace de saberse en propiedad de la razón. Somos todos verdes, feministas y falsamente aconfesionales. Y ay de aquel que se le ocurra salirse de la ruta establecida porque, a fin de cuentas, nosotros hemos encontrado el camino de la verdad. Resulta incomprensible que a una mujer inteligente y liberada de mi tiempo como - según mis amigos - parezco ser yo, se le puede ocurrir no escribir historias llenas de protagonistas femeninas y reivindicativas cuyo único objetivo en esta vida es destronar al macho castigador, o hablar de ecología o declarar a los cuatro vientos lo mala que es la publicidad. ¿Saben qué? Yo también soy de esos que sabe que Galileo no se volvió al Tribunal de la Santa Inquisición y no dijo nunca aquello que cuenta la leyenda de "Sí, pero la tierra se mueve". Seguro que no lo hizo. Pero yo soy de esos que para seguir siendo creador de lo que sea necesita pensar que sí, que aún hay esperanza y que puede que nunca sea políticamente correcta y por lo tanto nunca seré un autor de éxito (op sí, pasan cosas muy extrañas), pero, en cualquier caso, prefiero pensar que sí, que Galileo se volvió y a la mismísima Inquisición le dijo en sus narices que la tierra se movía y en las aulas continúo diciéndole a sus alumnos que la tierra giraba alrededor del sol. Porque mi trabajo no es hacer feliz a todo el mundo (que no se puede) sino inventarme caminos alternativos por si acaso algún día algún gobierno se ve en la tesitura de tener que escribir leyes para robots y conviene que tengan algún hilo por donde empezar a construir el ovillo. Que los dioses (que nunca son tan injustos) me castiguen sin público para mis películas ni lectores para mis textos, pero me niego a que me corten las alas antes de empezar a volar. Ya sé que haga lo que haga y diga lo que diga siempre tendré detractores, pero, déjenme , al menos, acabar de decirlo.