La construcción de las colecciones de los museos sugiere un mínimo de dos historias: una, la que el museo quiere contar al espectador y la otra la historia de la propia selección. Esta segunda historia incluye, además de las nuevas adquisiciones, la remoción de obras para afinar la colección
Michel Asher
Un sol radiante acentúa los verdes del recién cortado césped del Museumplein, el tono virulento de las enormes letras rojas que componen, perfectamente ancladas al suelo, la palabra Ámsterdam, la ciudad con mayor numero de museos por metro cuadrado del mundo. Dos semanas no han de bastarme para sacarle todo su jugo a este diminuto país en combate permanente con el agua, pero sí me bastarán para darme un atracón de arte y cultura, para aborrecer un turismo del cual me niego a formar parte y que ha tomado la ciudad hambriento de putas de escaparate, porros de coffee shop y otras libertades menos evidentes.
Elegir el primer museo no me resulta nada fácil: El Rijks, el Stedelijk, el Van Loon, el Rembrandt... Pero la atormentada figura de Van Gogh siempre me ha fascinado, y este mes combina los fondos permanentes del museo con una muestra temporal de la obra de Max Beckmann. Aparco la bicicleta - el mito resulta ser cierto: en Holanda todos van en bici - y hago cola detrás de un nutrido grupo de japoneses que duda entre ir directamente a la tienda de souvenirs (su pasión por las compras sólo es comparable a la mía por los poffertjes que me ofrecen cada dos pasos) o hacer la visita antes de pasar por caja.
El Museo Van Gogh se inauguró en 1973, y recoge la mayor colección de obras de V.G del mundo. Al principio, sólo se exponían obras de la colección privada de la familia, reunidas por Theo, hermano menor de Vincent, que era marchante de arte y un avispado coleccionista (dato: tuvo acceso directo a la obra de Paul Gauguin, Camille Pissarro y Adolphe Monticelli). Esta colección, cedida al museo en préstamo de uso, ha ido aumentando con el paso de los años mediante innumerables adquisiciones y donaciones. Gracias a una acertadísima política de compra, el museo se ha convertido en un impresionante "Museo del siglo XIX" en el se muestran al visitante obras de muy diferentes corrientes y estilos- Realismo, Impresionismo, Simbolismo- y donde se exponen, además, obras de artistas que Van Gogh admiraba, como Paul Gauguin, Georges Seurat o el menos conocido Ary Sheffer.
El catálogo del museo nos informa de lo siguiente: Vincent van Gogh (1853-1890) es uno de los artistas holandeses más famosos de todos los tiempos. Fue activo solamente durante 10 años: desde 1880 hasta su muerte en 1890. Gracias a su laboriosidad y enorme entusiasmo, produjo durante esa década una obra de la que más de un artista estaría celoso: 840 pinturas conservadas y más de 1000 dibujos, además de una gran cantidad de acuarelas, litografías y cartas. El pintor fue autodidacta: con ayuda de libros de texto, algunas lecciones en las academias de Bruselas y Amberes, visitas a museos y consejos de amigos artistas, aprendió el oficio de una manera tradicional. El contacto con corrientes francesas más modernas le condujo a la experimentación formal. Con el paso de los años desarrolló su único y particular estilo de pinceladas expresivas y colores vivos y brillantes, fuente de inspiración de todas las generaciones posteriores. Tras la muerte de Van Gogh muchos se sintieron fascinados por su obra, pero sobretodo por su dramática vida: su desdichada vida sentimental, su falta de reconocimiento, su enfermedad y su suicidio.
Comienzo la visita recorriendo una sala en la que encuentro obra que por alguna inexplicable razón yo ubicaba en el Louvre. Odilon Redon, Vuillard y otros pintores Nabis - "profeta", en hebreo- y numerosas muestras de la escuela de Barbizon. La Escuela de La Haya al completo. Hay cuadros que merecen media hora de contemplación exhaustiva, pero la corriente japonesa - marchan perfectamente ordenados y silenciosos, en tres filas paralelas que discurren por delante de los cuadros siguiendo el sentido de las agujas del reloj- no hace concesiones. Menos mal que son bajitos, y que por encima de sus cabezas aún es posible disfrutar de las obras a un ritmo menos trotero. Tras "la sala de las sorpresas" - hay demasiados cuadros que me conmueven, demasiadas obras maestras- llego a la sala Holandesa, que abarca su producción desde 1880 al 85, época en la que vivió en una zona poco habitada del norte de Holanda. Aquí hay una serie de más de 40 cabezas de campesinos, estudios fundamentales previos a su primera gran composición de figuras humanas: Los comedores de patatas. La gente se arracima alrededor del cuadro: su fascinación, por contraste al desprecio con el que la obra fue juzgada en su día, parece sincera. En la sala anexa, los cuadros de su época parisina (1886-88), caracterizados por la renovación y la experimentación, rompen radicalmente con la oscuridad tenebrosa de todo lo visto hasta ahora. Abundan los autorretratos dado que Vincent no tenía dinero para pagar modelos. Contemplo extrañas estampas japonesas, fascinantes y como incrustadas en unos marcos difíciles de imitar. Neoimpresiomismo, puntos y rayas de colores brillantes. Composiciones peculiares: el contacto con Toulouse Lautrec ya se había establecido. Cuadros epatantes que figuran, con todos los honores, en la inmensa mayoría de los libros de arte.
La época en Arlés, su "Japón del Sur", como él lo llamaba (1888-89) muestra un nuevo cambio en su producción artística: campos de trigo, frutales en flor, y el Sur, luz y paisaje, en todo su esplendor. La época se cierra con su ingreso en un hospital de Arlés y una oreja rebanada; más tarde se supo que padecía una rara forma de epilepsia. En la famosa "casa amarilla", lugar donde quiso crear con Gauguin y otros pintores una colonia de artistas, pintó sus famosos girasoles, una de las telas más caras del mundo. "Yo no tengo la culpa de que mis cuadros no se vendan. Pero llegará el día en que la gente se dará cuenta de que tienen más valor de lo que cuestan las pinturas" Dicen que le comentó, en más de una ocasión, a su hermano Theo. ¡Proféticas palabras! En Saint Rémy (1889-90) Vincent pintó todo lo que tenía a su alcance: pasillos, habitaciones y residentes de la clínica psiquiátrica en la que finalmente fue ingresado. Y también el jardín y la vista desde su ventana. Paisajes con cipreses y olivos que por la energía de cada pincelada sugieren un inquietante movimiento. Es sabido que en esos días Van Gogh estudió a maestros de la talla de Rembrandt, Millet y Delacroix, adaptando sus obras a su propia estética.
En el año 90, a Vincent se le despierta la sed de Norte y se traslada a Anvers- sur- Oise, una pueblecito de artistas cercano a Paris. Allí contactó con el doctor Gachet, un médico que también pintaba y coleccionaba arte, el cual le enseñó a grabar al aguafuerte. De esta época es el cuadro "Campo de trigo con cuervos". Pero la depresión le rondaba, se veía a sí mismo como una carga económica para su hermano y acabó disparándose un tiro en el pecho. Théo murió sólo medio año después. Los cuadros de Anvers, sin embargo, no muestran su decadencia mental, su tormento psicológico. Son cuadros bellísimos, retratos brilllantes del doctor y su hija, dibujos enérgicos y llenos de vida. Todas las paredes me fascinan por igual, me duelen los ojos de tanta belleza.
Llevo casi cinco horas dentro del museo y aún no siento el cansancio. ¿Cuánta gente habrá hoy aquí? Las salas están abarrotadas, la tienda de recuerdos parece la entrada del metro en hora punta y en la cafetería guardo 40 minutos de cola para pagar un yogur y una sopa de cebolla. Me acomodo junto a la ventana, que se abre a un magnífico parque donde los chavales juegan con freesbies y monopatines. El sol convierte los canales en cintas de plata y al otro lado de la plaza los turistas, embutidos en camisetas que reproducen la obra "Starry Night", pelean por entrar en una de las muchas casas- taller en las que los diamantes son tallados. Aún me queda por visitar la exposición temporal de Beckmann, a la cual le dedicaré dos horas más. Pero hablaré de Beckmann en otro momento. Por hoy, sólo me resta decir que el museo Van Gogh de Ámsterdam es uno de los museos de arte moderno más interesantes de Europa. ¡No os lo perdáis!.