El problema es el siguiente: aunque no podamos descubrir,
por lo menos ahora, a sus admiradores,
no hay garantía de que no existan.
Mijail Bulgakov, El maestro y Margarita
El último y voluminoso libro (ésta es una novedad, en un autor acostumbrado a brillar en relatos de alientos más cortos) del gallego Manuel Rivas, libro que está cosechando críticas enormemente elogiosas, lleva el antiflamígero y moderadamente optimista título de Los libros arden mal. Un título en el que resuena el eco de aquella premonitoria frase de El maestro y Margarita de Mijail Bulgakov en la que Voland -palabra del mismísimo Diablo- decía: "Los manuscritos no arden". A Mijail Bulgakov, los agentes de la temida OGPU le quitaron todos los manuscritos que encontraron en su casa en un nocturno registro policial, incluyendo dos ejemplares de su novela Corazón de Perro y varios cuadernos que contenían su Diario personal. Manuscritos que consiguió recuperar después de varios años de instancias y peticiones exigiendo que le fueran devueltos, y que, apenas recuperados, quemó en la chimenea de su casa, desesperado por el ambiente irrespirable en que vivía y por el ninguneo y la censura a la que estaban sometidas sus obras.
Bulgakov murió un 10 de marzo de 1940, apenas unos días después de terminar una última corrección al manuscrito de El maestro y Margarita, novela que su mujer escondió de las garras de los censores durante veinticinco años. En el manuscrito dejó escrito de su puño y letra esta autoadvertencia: "¡Terminar antes de morir!". Varias décadas después, la conocida frase, incluida en la última y más conocida de sus obras, que aseguraba que "Los manuscritos no arden", se hacía irónicamente realidad con la recuperación de las copias policiales que, de su Diario y de algunos otros de aquellos escritos que el propio Bulgakov tiró al fuego, conservó la KGB en los archivos de los sótanos de la Lubianka. El propio Bulgakov había elegido esta no menos premonitoria cita del Fausto de Goethe para el prefacio de El maestro y Margarita:
"- Aún así, dime quién eres. - Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien."
Y es que, de alguna manera, sostener que "los manuscritos nunca arden" es confiar en la bondad del Diablo. Se pueden incluso acumular en vano varios ejemplos, intentando justificar dicha bondad. Entre ellos, el de la traición de Mad Brox a su mejor amigo: Franz Kafka mandó quemar sus escritos, pero los manuscritos no arden, y hoy podemos releer las andanzas de Joseph K y Gregorio Samsa.
En una entrevista concedida a Paris Review, George Steiner, argumentando acerca de la extraordinaria suerte que consideraba haber tenido al nacer y de la afortunada herencia cultural que había recibido de unos progenitores ilustrados y poliglotas, contaba que un tío abuelo de su madre, que, al parecer, también fue en otro tiempo un reconocido escritor, fue el hombre que descubrió el manuscrito del Woyzeck de Georg Büchner en casa de un boticario. En este caso, los manuscritos no se pierden podría ser una variante sin llamas de los manuscritos no arden. Pero esto sólo sería aparentemente cierto si pusiéramos aquí el punto final y no se contara que, asustada ante la idea de contravenir tabúes sexuales, la novia de Büchner arrojó al fuego el manuscrito de su Aretino (probablemente la obra maestra de alguien que murió a los 24 años de edad y ya había escrito obras como La muerte de Danton o Woyzeck).
Lamentablemente, "Los manuscritos no arden" a pesar de ser una frase sorprendentemente premonitoria para El maestro y Margarita y otros muchos de los textos de su autor, es un afirmación encuadrable en un archivo de eternas ilusiones humanas junto a predicciones como la de -por citar a un irónico ilustrado, como Bulgakov- Voltaire, quien predijo con una total e infundada seguridad la abolición de la tortura judicial en Europa. Sin embargo, hoy sabemos que aquella otra premonición que hizo en Alemania en un lejano 1821, un escritor no menos famoso -coetáneo de Georg Büchner- llamado Heinrich Heine: "Donde hoy se queman libros, mañana se quemará a seres humanos", ha sido horriblemente cierta.
Los manuscritos no arden o Los libros arden mal son, por todo ello, frases que pertenecen a una ilusa y perenne Gramática de la Esperanza, una Gramática de la Esperanza que carece de valor para los muertos pero cobra sentido y a veces, incluso, hasta se convierte en feliz premonición en los labios de los supervivientes.