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Pocas veces es posible acercarse a la representación de la realidad por vías directas. La condición básicamente caótica del mundo, que afecta a la sensibilidad de los artistas de forma especialmente intensa, puede ser abordada con los recursos de la razón, pero a veces éstos no son ni tranquilizadores ni suficientes. Si la realidad se resiste a ser explicada conforme a esquemas lógicos, el artista plástico puede recurrir a circunloquios conceptuales, aproximándose de forma indirecta pero mucho más exhaustiva a la idea que es objeto de su análisis.
Teresa Matas (Tortosa, 1947) es uno de esos casos. Asomándose a los contornos de lo humano, dibuja un mapa contextual y de matices que, sin resolver directamente la cuestión central, señala eficazmente algunas de sus fronteras. El dolor y la muerte, la duda permanente, la condición desvalida del ser humano y de la mujer en particular, son fenómenos que quedan sin aclarar en su reciente muestra en el Casal Solleric de Palma, significativamente titulada Abriendo cerrando / Cerrando abriendo; pero que, en todo caso, son sometidos a fructífero asedio y dan origen a un apasionante mundo de sensaciones que nos ilumina.
Asomándose a los contornos hemos dicho. Por eso los protagonistas habituales de sus instalaciones no son figuras humanas (o no figuras completamente humanas), sino vestiduras, maniquíes, enseres: todo aquello que es complementario a la persona y delimita su espacio. Empleando mantas viejas como material, Matas dota a la obra de colores, tactos y olores tan integrados en la intimidad que, sin explicar el dolor, nos proporcionan su contexto, la clave de sus circunstancias. El tono solemne y hasta lúgubre de sus creaciones se complementa con la calidez inherente a los materiales y ambientes que emplea. La crudeza paradójica de la escritura bordada, pintada o rotulada y la violencia de las costuras insertan la obra en el mundo referencial explícito del hogar o la familia, cuestionando su carácter de refugio, problematizando las ideas de tranquilidad o seguridad y exponiéndolas a denuncia. El horror y la duda, nos dice Matas, no están lejos de ese entorno de presunta seguridad, ni del sexo, ni del ámbito del espíritu que teóricamente debería cumplir también funciones de amparo. Y hay en ello una terrible carga de verdad.