Es conocida la lentitud del aparato administrativo, ese monstruo gigantesco cuyo vientre digiere -con masticación protocolizada- toneladas de papel y expedientes. Un animal ahíto de normas y procedimientos.
También conocemos que, a nuestro pesar, existen y existirán algunos funcionarios corruptos, tan perniciosos para el sistema como para los ciudadanos. Pero, aún reconociendo éstos y otros defectos que apolillan a nuestro imperfecto país, nos sorprende el actual trajín mediático, que crece imparable y que parece intentar que se tambalee la única institución que debiera ser tan ecuánime como independiente: la Administración de Justicia.
Porque observo que, especialmente en los últimos tiempos, algunos están orquestando una campaña para su desprestigio: cerca, un oboe acusa; allá, una guitarra rasga quejas y, en primer término, pianos y violines ponen en solfa la transparencia de la administración de justicia y el buen funcionamiento de sus máximos funcionarios.
Quienes están ahora tecleando y soplando -como el lobo de un cuento para hacer tambalear al edificio judicial- son generalmente políticos y bastantes comentaristas, quienes se atribuyen la capacidad de opinar sobre cualquier cosa. Figurantes, meros soldaditos que gozan de la reducida libertad que les dejan sus generales: los grandes intereses económicos.
Y siempre que detecto insistentes movimientos que afectan al valor de organismos tradicionalmente respetados, me pregunto, ¿a quiénes interesará generar en la población tanta desconfianza hacia sus instituciones?
Y ahora me vienen a la cabeza ciertos consorcios, trusts, cárteles... -organizaciones sin rostro conocido- ya que ellos serán los mayores beneficiarios del descrédito de jueces y fiscales.
Porque si, en algún momento, se descubren sus trapicheos y fraudes; si salen a la luz los cimientos de algunas grandes empresas -construidos sobre el tráfico de armas y drogas o, por ejemplo, sobre pelotazos urbanísticos- sus cabezas ahora invisibles serán juzgadas, pero también fácilmente liberadas si quien les amenaza es una estructura débil y desacreditada frente a los ojos de los ciudadanos.
Y, como antes decía, el cortejo de estos manejos lo forman demasiados personajillos que se creen sabios y poderosos. Esos que, con una simplicidad banal, no hacen otra cosa que echar leña a la hoguera que otros -con perversas intenciones- encienden y alientan.