Hay personas que, por sí solas, son capaces de cambiar vidas ajenas con una foto, un guiño, una estrofa. Está de más, por obvio, reivindicar el impacto que la figura de David Bowie ha tenido, tiene y tendrá en la cultura en general. Su música, que se expande durante una carrera a lo largo de 4 décadas, ha dejado poso y ha influido en generaciones de artistas a nivel global, así como su imagen, inspiración directa para los New Romantics de los 80 y el revival actual del look glam. Pero la penetración de Bowie en las conciencias -y por ende, en la sociedad- fue más allá, mucho más allá de lo que nos podemos imaginar. Su irrupción como Ziggy Stardust, el personaje de ficción que creó en 1972, alienígena andrógino y asexuado que le dio fama mundial y como el que acabó comportándose en la vida real, hasta suicidarlo en el celebérrimo concierto del 3 de julio de 1973 en el Hammersmith Odeon de Londres, cambió las pautas de lo que hasta entonces había estado asociado a la música rock. Nick Stevenson, profesor de Sociología Cultural de la Universidad de Nottingham (Reino Unido), explora en el libro "David Bowie. Fame, sound and vision" (Polity Press, 2006) la importancia del personaje en cuestión en el cambio de la percepción de la masculinidad aliada al rock y, en consecuencia, de la percepción de la masculinidad y la sexualidad en la sociedad y las generaciones venideras. En su libro ilustra, incluso aludiéndose a sí mismo, la forma en que el visionado de la figura de Bowie como Stardust -en los conciertos, la carátula del álbum y en la archifamosa aparición en el programa de la BBC Top of the Pops interpretando "Starman" y rodeando el hombro del guitarra Mick Ronson en un abrazo de camaradería de tinte homosexual- conmocionó a la sociedad de principios de los 70. Por un lado, provocando el escándalo entre las masas más conservadoras, que habían aceptado la subversión del rock a cambio de la masculinidad clásica que pregonaba, y, por otro, la asunción de la diferencia en los jóvenes que no se identificaban con ese modelo de masculinidad, y que se vieron reflejados en aquel extraterrestre de pelo anaranjado que tocaba la guitarra como los dioses ("boy, could he play guitar"), lucía un bronceado blanco como la nieve ("snow white tan") y llevaba el pelo enredado como un gato japonés ("screwed down hairdo, like a cat from Japan"). Esa diferencia podía ser tanto el manido "salir del armario" como, en otra dimensión, la aceptación de no ser capaz de adaptarse a los estereotipos masculinos abanderados del rock, que se situaban en clave machista, sin necesidad de ser homosexual. Es decir, que se podía ser heterosexual sin ser un macho. Al fin y al cabo David Bowie (nacido Jones), la persona detrás del personaje, estaba casado con Angie y tenía un hijo, Zowie.
Lo realmente desconcertante, y que prueba la influencia de Bowie en la cultura y la sociedad más allá del período en el que ocurrieron los hechos, es que, aún hoy, su darle la vuelta a la tortilla del rock y a la imaginería de la música pop tradicional sigue causando efecto, incluso a través de hechos que no cuentan con su directa intervención.
En 1998, Todd Haynes, un cineasta californiano del llamado New Queer Cinema independiente que, entre otros, había realizado un corto con muñecas Barbie sobre la vida de Karen Carpenter, se atrevió a hacer una película que retratara el auge y la caída del Glam Rock, y del que Bowie, además de T Rex y Roxy Music, fue cabeza visible en su etapa Stardust. El por entonces ya menos influyente ídolo, aún en activo y convertido en heterosexual padre de familia residente en Nueva York junto a su esposa, la modelo somalí Iman, rehusó a participar en el proyecto, alegando que si alguien tenía que hacer una película sobre esa etapa de su vida, sería él mismo. Talento y sentido comercial no le faltan, pero a día de hoy, ese largometraje aún está por hacer. Haynes dirigió la película igualmente, combinando en el guión realidad y fantasía para que el espectador supiera que trataba de Bowie-Ziggy pero sin nombrarlo ni una sola vez, ni dando oportunidad al Duque Blanco de quejarse, aunque el título fuera el nombre de una canción de una de sus caras B, "Velvet Goldmine". La película giraba alrededor de una estrella inventada del glam, Brian Slade, que causa conmoción a principios de los 70 con su personaje Maxwell Demon, adquiere fama mundial y acaba matándolo a tiros durante un concierto en Londres. El bellísimo Jonathan Rhys-Meyers, que más adelante sería descubierto por Woody Allen para "Match Point", encarna en el film a Slade, en una de sus primeras interpretaciones, cuya mayor virtud es que pone voz, y muy decentemente, a algunas de las maravillosas canciones que forman parte de la BSO, en la que colaboraron la flor y nata de la escena musical de los 90, como Radiohead, Suede o Placebo. La película no triunfó en taquilla y fue relegada al circuito de los DVD-Club de culto, ya que está descatalogada. (Quienes vivan en Barcelona, la podrán encontrar en La Nevera, C/Galileu 252, en el barrio de Les Corts.)
Pero, para volver a hablar de la influencia transgeneracional del creador de Ziggy Stardust, cito literalmente: "Ayer volví a ver una de las películas que más me han marcado en la vida: Velvet Goldmine... La vi con 14 años, cuando era un púber introvertido que empezaba a asumir -de una puta vez- que era e iba a ser un mariquita. Así, pues, ver toda esa purpurina y divismo, para un chaval que tenía algunos problemas de relación con la gente, fue todo un descubrimiento: no quiero decir que, desde entonces, yo fuera con rímel y sombra de ojos al instituto (¡¡eso sería lo último que hubiera hecho en esa época!!), pero me abrió al mundo del glam, y fue bastante liberador para mí, mira por dónde. Sin saber del todo bien lo importante que había sido Bowie, o Brian Eno, me compré la banda sonora (brutal: "Baby's on Fire" fue, de hecho, la primera canción glam que había oído) y me cautivó. (...)" (traducción del valenciano, red. Artículo "La bellesa anant de la mà de la mentira", del Blog "A lad insane", 18 de noviembre de 2005).
Bowie cumplió 60 años el pasado mes de enero y sigue yendo por la vida de heterosexual padre de familia, cuidando de la inmensa fortuna que amasó en los años 80 gracias a su reinvención como ídolo de estadios y de jovencitas en su versión más "mainstream" -con su tupé rubio platino, traje impecable y heterosexualmente muy atractivo, yo también caí- y las colosales ventas de "Let's Dance" (1983). Pero Ziggy sigue ahí, modificando actitudes, abriendo conciencias, y amargándole la vida al recordarle un pasado más que dudoso y turbulento, aunque sea a través de ese impostor que se hace llamar Brian Slade.