Mantra
Rodrigo Fresán
Mondadori, 2001, Barcelona.
Dice Rodrigo Fresán (escritor argentino nacido en Buenos Aires, 1963) que cuando comienza una nueva novelita lo que hace es grabar una base rítmica a modo de esqueleto de la historia. Para escribir Mantra, una novela de 539 páginas, apuesto a que utilizó como soporte a Jethro Tull y su álbum Living in the past. ¿De qué otra manera se puede concebir tremendo derroche imaginativo? Y es que nos encontramos ante un collage literario; retales de memoria cosidos con un hilo dental bien encerado envuelto en una carcasa posmoderna, no de los ochenta, sino del siglo XXI. Fresán construye un puzzle con piezas yuxtapuestas que no siguen una temporalidad lineal, donde se mezcla la historia de México junto a personajes reales que pasearon por el D.F. al lado de otros de ficción. Ambos caminan cogidos de la mano por una megalópolis caótica, dividida en diversos mundos de vida compartimentados y "complementariformes".
Mantra es la novela del nuevo milenio ambientada en Ciudad de México, hermosa ciudad erigida en medio de un lago. Capital del imperio azteca rodeada de templos de piedra, de tesoros de oro, donde Hernán Cortés -el malo de la película junto a Porfirio Díaz- tiene el mal gusto de llegar en el año 1519 a la denominada por entonces: Tenochtitlán, hoy conocida como México D.F., Ciudad de México o Distrito Federal. Cortés no cree lo que está viendo: ¿Estaremos soñando? le dice a su oficial mientras frota sus irritados ojos. Y Cortés, envalentonado trata de saquear la ciudad, y pierde. Moctezuma y los aztecas conocen a la perfección diversas técnicas de lucha libre. Cortés huye con el rabo entre las piernas mientras Moctezuma juega al frontón. Pero Cortés muy astuto planea una venganza y contraataca ayudado por un bardo cantarín y un mililitro de poción mágica, regalo del galo Obélix. La destruye por completo, y sobre las ruinas de este antiguo centro urbano, surge una nueva ciudad: Ciudad de México o la gran smog room .
Y mientras, el protagonista relata a su amada María Marie (mexicana amnésica adicta a las piscinas y abducida por un culebrón, prima de la saga de los Mantra) sus recuerdos de infancia, amor y muerte - en plan ciclo vital de las gallinas- , a la vez que pasea por el D.F. contemplando a la ciudad que constantemente se hace y deshace como un organismo vivo; un ciempiés o un búho mismamente. ¿Qué diría Le Corbusier si levantara la cabeza?, porque en esa ciudad no hay nada orgánicamente articulado con el centro, todo es ahorita caos, o pendejos "patetiformes", y taxis amarillos manejados por mafiosos con pistolas donde la Jodi Foster de Taxi Driver no es más que una vulgar Blancanieves.
El protagonista, asmático de nacimiento y enfermo de recuerdos, llega al aeropuerto Benito Juárez un domingo. No tiene nada que hacer así que alquila un escarabajo y se va a las pirámides de Teotihuacán para estar más cerca de Dios y menos de los Estados Unidos. Ve a un turista alemán, de nombre Hans, vomitar los colores de la bandera mexicana. Visita el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México, se mete en un bar del D.F. donde en 1954 Fidel Castro mantuvo un largo monólogo con Ché Guevara, al que se le había pinchado la moto y no llevaba repuesto. Bebe una rica gaseosa de marca Chaparrita, y se interna en el bosque de Chapultepec a observar cómo crecen las margaritas. A todo esto el protagonista ve y oye historias: entiende cómo el pasado y el presente se entremezclan para dar paso a personajes reales, de carne y hueso que también como él merodearon por el D.F. Nos recuerda que Bretón llegó en el año 1938 y allí se juntó con la pandilla de surrealistas como Remedios Varo, íntima amiga de Leonora Carrintong. Comprendemos por qué Trotsky, huyendo de la fealdad de Stalin, busca en tierras mexicanas el sol y la compañía de una buena mujer que analice su idea de exportar la revolución al resto de los países, cosa que Stalin no quiso ni oír hablar e inmediatamente mandó que lo exterminaran. Trotsky, muerto de miedo, se esconde debajo de la cama de Frida Kahlo y se hacen amantes, harta la pintora de los ronquidos de Diego Rivera y de tener que aguantarle la escalera mientras pinta los enormes murales de las masas oprimidas. También vemos pasar por la novela de Fresán a Kerouac y a Burroughs que recogen hongos alucinógenos para llevárselos de regalo a Ginsberg. El protagonista, del que sabemos que llega a México para hacer un número especial de la revista snob sobre el D.F., sigue recorriendo la ciudad con una máscara de luchador en plan Darth Vader (antes conocido como Sky Walker), héroe de la saga galáctica Star Wars.
No sabemos, en definitiva, si México trastoca al protagonista o éste llega algo trastocado, porque en esa vibrante ciudad uno está como en punto muerto, en stand by. Y es que México tiene algo atractivo, algo que atrapa, como la novela Mantra.