La justicia ciega nos tasa en partes iguales. [Más allá de las parábolas, las hipérboles]
La madre postmoderna clamará contra Salomón pero se llevará, envuelta en lágrimas, su preciada parte y la enterrará, ceremoniosamente, en un sarcófago blanco como si el pensamiento -viscoso- hubiera de ser simétrico y la luz única anidase en lo más alto. Su mirada condescendiente podemos aceptarla como la variante de una caricia o el chasquido de un látigo, con idéntica resignación.
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Ahora -el tiempo de lectura y el de acción nunca coinciden- me revuelvo entre las sábanas. El sueño inquieto presagia un amanecer tranquilo. Al alba, mis primeros pasos intentan desandar el camino de Swann, pero se entretienen en el prisma de Alejandría. Justine me habla de Durrell, mientras intento apartar de mí los circunloquios del Marqués de Sade. Su empeño en justificarse a cualquier precio me parece grotesco, pero tampoco estaría fuera de lugar el adjetivo conmovedor. Ciertas dosis de pureza pueden atraernos, en efecto -pero una sobredosis nos convertiría finalmente en otra cosa. Seres de ritual y máscara. ¿Seres literarios? ¿Místicos de la perversión?
Hay un sendero oculto y contrario que, desde siempre, recorre la literatura por nosotros. No he escrito "en lugar nuestro", sino "por nosotros". Nosotros lo recorremos sin protagonizarlo, mientras el lenguaje nos cubre con su manto. Lo que ocurre debajo, en ese río subterráneo, es lo que quisiéramos auscultar. Lo hacemos hasta el estallido de los tímpanos. O hasta que la explosión nos abre los sentidos y nos los devuelve. Son nuestros. ¿Podríamos ser más precisos? ¿Más locuaces? ¿Más palabras?
Podríamos -con Robbe-Grillet- cosificar el mudo, convertirlo en objeto de nuestro deseo y convenir, después, en que no hemos avanzado un ápice en su conocimiento. No ayuda recolectar calumbre para vengarnos del tiempo que lo engendra Tampoco la inercia de los acontecimientos, ni su dádiva: ese escarabajo que seremos esta misma mañana cuando tengamos el valor de levantarnos prevalece sobre el ejercicio gimnástico de la purificación por el método, el esquema analítico, la inútil síntesis.
Todo podría reducirse a aceptar el poema tal cual es, pero tampoco. Da-da-da, balbuceaba el niño mucho antes que los surrealistas creyeran en las voces fantasmales de ultratumba, en los eventos anteriores al génesis. Artaud acabó elogiando la locura, mitificándola, porque no podía escapar de ella. ¿No hay salida o no la vemos? ¿Qué haríamos si encontrásemos sus puertas abiertas?