LUKE nº 87

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Literatura

Los tres puntos cardinales de la escritura

Leonardo de León

Ciudad sumergida

El teólogo Emanuel Swedenborg (el predilecto de Carlyle y Borges) creía que la salvación del hombre no radica en la ética tan difundida por Jesucristo, sino en la intelectualidad, en el perseverante proceso del ser humano por entrenar el músculo de la conciencia y fortificarlo a casa hora, incitándolo a levantar el peso hasta de la realidad más sutil. El romántico William Blake agrega otro factor a la búsqueda; arguye que, si bien la intelectualidad es una opción válida para la redención, esta resulta inútil si no hay, además, una orientación estética de por medio. De nada nos sirve la permanencia bondadosa sin el análisis circundante, de nada vale el pensamiento refinado si no somos capaces de hacer belleza con él.

Dichoso es el encuentro con un escritor (y un libro) que reúne las tres cualidades: ética, estética, e intelecto; ya que los que únicamente gozan de la primera, pecan de inadaptados; los poseedores de la segunda son catalogados, casi con envidia, de "herméticos"; mientras que a los dignos de la tercera se les impone, injustamente, el rótulo de fanáticos. Nada cercano a lo peyorativo puede decirse del iluminado que habita en un mundo cercado por estos tres puntos cardinales.

Se llama Germán Yanke, es periodista, columnista de "ABC" de Madrid y Editor de "Estrella Digital" de Madrid. Fue director de informativos Telemadrid. Como poeta ha escrito varios libros, entre ellos "Furor de Bilbao" y "Estación del Norte".

La "Ciudad sumergida" a la que refiere el título del libro no es otra que Bilbao, un espacio concreto de mundo que en ningún momento es definido desde esa autonomía geográfica, sino desde un cosmopolitismo perseverante que hace a la ciudad y a las interacciones que la definen. Al abrir las páginas, nos apresuramos a la conjetura de que el libro pecará de excesivamente descriptivo o costumbrista, pero Yanke nos sorprende desde la primera línea, adoptando un perfil casi de diario íntimo, ágil, segmentado pero con sutiles conexiones con lo previo y ulterior del texto. Cada fragmento del libro se incorpora a un plexo reflexivo, a una infinita red que circunda esa ciudad que, lentamente, se sumerge en las palabras. Una vez en el fondo, ya no necesitamos ver sus paisajes brumosos para sentirla, basta leer la superficie de ese "liquido" cristalino que la ahoga y, mágicamente, la oxigena. El océano prosaico que inunda la ciudad es la metáfora del prisma de la palabra, una suerte de lente inherente al ojo estético.

La paulatina definición de Bilbao se hace desde la experiencia de su habitante. Es el hombre y la manera en la que este encamina su destino el que otorga una significación a los espacios. La geografía, para Yanke, representa un recipiente que se vuelve singular una vez que contiene la sustancia de la experiencia y el pensamiento. El acto de la lectura de "Ciudad sumergida" constituye, entonces, el brindis del lector con el escribiente; ambos sosteniendo delicados mundos íntimos de cristal, ambos compartiendo y unificando los brebajes de los años y la experiencia.

Cada página del libro nos cruza con amigos del escritor (nuestro Rubén Loza Aguerrebere, entre otros), con extravagantes y conmovedoras anécdotas, con libros añosos y prematuros, con citas del gran Miguel de Unamuno, con un ángulo caprichoso y lumínico de la ciudad; pero sobre todas las cosas, el libro nos enfrenta a la conciencia fina de un analista de los instantes. Sorprende la versatilidad para desentrañar los significados ocultos de las circunstancias. Asombra y conmueve esa inteligencia de escritura que oscila del humor al análisis social, político, literario.

Como lector no he sido ajeno al ensimismamiento luego de leer una línea como: "Quienes renuncian al arte triste se condenan, quizá, a permanecer vírgenes ante la belleza" (pág. 27); no he podido dejar de asentir luego de aforismos como "La depresión es tener un lápiz y no encontrar las palabras" (pág. 87), o "Nada es, en este mundo, casualidad" (pág. 103); no he dejado de advertir la voz de un poeta que emerge esporádicamente con palabras como "el mar, el único infinito que se puede palpar" (pág. 90); porque, a pesar de desacuerdos, las verdades son inherentes, únicas, y secretamente compartidas por la especie de los que viven y sienten.

El libro contiene pasajes tensos, que se inmiscuyen en la problemática del ser humano de Bilbao y del mundo; pero Yanke dosifica las atmósferas condimentando la prosa de sentencias muy simpáticas, y siempre inteligentes.

Nunca un libro ensayístico fue más ameno.