Platón pone en boca de Sócrates, en el Gorgias, que es mejor sufrir una injusticia que cometerla, y que es más desdichado quien no recibe castigo por ser injusto que quien lo recibe. Parecen palabras hechas para Claudia, la protagonista de Autorretrato con Isla, de Inés Matute. Ha cometido injusticias: ha pertenecido a una banda terrorista, o como mínimo ha colaborado con ella. Y no ha sido castigada. No ha sido detenida, no está en ninguna cárcel pagando por lo que hizo. Precisamente por eso, siguiendo a Sócrates, es la más digna de lástima. Se agradece muchísimo que la novela no haga lo esperable: que no nos explique por qué es digna de esa lástima, que no nos dé argumentos exculpatorios manidos (la chica era joven e idealista, estaba equivocada, no sabía dónde se estaba metiendo, en realidad le habían comido el coco), sino que nos muestre el recorrido de la purga imposible de Claudia. Que, como una película del alma humana, nos deje ver las escenas de esa desolación, de una soledad tan absoluta que hace que nada tenga arreglo. Las culpas de Claudia no pueden ser purgadas. Tal vez tendría que presentarse en una comisaría y explicarlo todo, pasar un montón de años en prisión. Pero tras acabar la lectura de la novela uno sabe que no habría sido suficiente. Que Claudia ya no es ninguna de las Claudias de las que nos habla ella misma y las es todas a la vez, y esa identidad que se escribe y se borra interminablemente una y otra vez no puede, incluso con castigo a su delito, seguir adelante. Es la historia de una identidad que se desvanece, de un cuerpo que va conformando su alma nueva como un alma evadida, como un enorme, insoportable fantasma de uno mismo. Nada será suficiente. Esto es lo que Inés Matute nos revela, con una prosa repleta de descubrimientos y, lo más interesante, repleta de libertad discursiva, de expeditiva ausencia de complejos a la hora de hablar de un tema tan difícil, en el que tantos han naufragado. Claudia sólo se comunicará, en la isla en la que se refugia (¿de quién más que de sí misma, inútilmente?), con una internauta. El ciberespacio es el único espacio que le queda. Es la metáfora de su alma, un lugar que está y no está, un lugar no espacial, ubicuo y a la vez casi inexistente. El ciberespacio es el residuo último, y sirve más como confirmación de que ya no hay sitio real para ella que como lugar mismo. Es un simulacro de lugar como su vida es ya un simulacro de vida. Alguna vez se habrán preguntado, si son tan torpes con la informática como nosotros -cosa difícil- dónde demonios se acumula tanta basura cibernética, dónde están nuestros e-mails, nuestras páginas web. ¿Ocupan un espacio físico? ¿Hay un límite? ¿Dónde va un texto cuando lo envío a la papelera de reciclaje? Lo mismo le ocurre a Claudia con su vida, con su pasado en el que viajó por la ex Yugoslavia, con sus relaciones sentimentales, con su Bilbao natal. Dónde se ha ido todo, qué pasa con ello. Qué técnico informático sabrá salvar los datos perdidos, devolvérselos para poder hacer con ellos una interpretación nueva, crearse una identidad nueva. La internauta con la que se comunica, una artista plástica, consulta la predicción del horóscopo a diario. Pero en lugar de verla como una predicción, la lee como un listado de órdenes. Si el horóscopo dice "discutirás", ella busca una discusión, y si dice "lo pasarás bien", sale a divertirse. Así evita responsabilizarse de su propia vida. Con estupendas microhistorias como esta dentro de la historia mayor, Inés Matute consigue darle profundidad al conjunto: Claudia, en cambio, no sigue al horóscopo; ella sí tomó las riendas de su vida, pero las tomó hasta desgarrarlas y romperlas, hasta galopar en un caballo desbocado: una princesa haciendo de caballero. Sólo le queda una opción: "Colgarme del dolor y que éste me alimente". Matute también consigue hacernos reflexionar porque coloca al terrorista en un paisaje que tiene como horizonte el comunismo: los trenes que cruzan Europa desde el capitalismo sin complejos hasta los restos del naufragio soviético. Ese viaje es un verdadero viaje en el tiempo, y hace del terrorista un desfasado anacrónico, un perdido que cree en sus ideales de manera terca y estúpida. Esto a veces queda fuera de la reflexión por culpa de que la violencia siempre se coloca en primer plano (y es normal que así sea, por supuesto) de la noticia. Pero no está mal recordarlo. El texto nos muestra también la nueva Bilbao (otro viaje en el tiempo), la pátina posmoderna que le han inyectado a la ciudad, la imagen del museo y la cocina de fusión, la ciudad "glocal" que nos venden como una marca más, como un producto que no pedimos. Del mismo modo que a Claudia el comunismo la desamarra o desengarza de la sociedad, la novela nos sugiere que el capitalismo tampoco acoge, tampoco te amarra a nada. El vacío de la sociedad capitalista va apareciendo en el discurso de Claudia en formas diversas: el Bilbao posmoderno, "lavado", el café con leche "europeo" en una estación de tren, la moda vacía, el diseño vacío; son como migas que va dejando Claudia-pulgarcito para poder volver a casa, para salir del mundo asfixiante al que le llevan esos trenes llenos de estraperlistas y de fantasmas del pasado. No lo conseguirá, e Inés Matute nos cuenta -con un desparpajo que se agradece en una trama con estos ingredientes, en la que sería mucho más fácil que la novela saliera sombría- cómo las migas irán desapareciendo y pulgarcito se borrará de la faz de la tierra, detritus de la historia de nuestro siglo. Un documento irrecuperable, un cuento borrado por un virus informático.