Carmela mintió en el asuntillo ese de la edad, porque, de haber confesado sus casi setenta años, le habrían denegado el capricho. Carmela se mintió a sí misma al pensar que los cuidados que requiere un recién nacido no difieren de la atención que reclama un canario: agua, alpiste y una jaula al abrigo de corrientes. Se mintió Carmela cuando echó cuentas y constató que, cuando ella soplase ochenta velas, sus hijos aún irían a primaria, suponiendo que, en el peor de los supuestos, para guía en su adolescencia sobrarían voluntarios. Para bien o para mal, y tras elegir un óvulo joven y una dosis del mejor esperma- dicen que compró el material por catálogo- llegaron los niños. Los niños, sí, que la naturaleza también miente y a veces se pone gamberra. Llegaron los niños y llegó el caos, acompañado de nuevos dolores, nuevas estrías, nuevos cansancios. Y una cicatriz baja, la cesárea que ella misma exigió, por aquello de seguir calzando bikini; "que a mí la maternidad no me cambia". Mal vamos, Carmela, mal vamos, que esa falta de realismo es el mal que te consume. Veinte años hacía ya de los primeros síntomas de menopausia; nada en comparación con lo que ahora habrá de llegarte. Noches insomnes y días de carreras y llantos, la vida desajustada en una edad que no perdona. A la mala vista, el mal oído y la dudosa disposición a apechugar con lo que viniese - ¡ nunca pensaste que te vendría tanto!- le sumas tú un nuevo reclamo: necesito un hombre joven que me ayude en estos trabajos, un Sansón que me los mantenga a corto plazo. Tranquila, Carmela. Sólo tienes que mentir un poco más y poner un anuncio atractivo. Puedes decir que tienes 30 años, mal llevados, y que los niños son fruto de una noche de tómbola y cerveza. Puedes prometer veranos en Marina D'or, una herencia suntuosa (bastará con que comercies con tus miserias) y retorcidos placeres de alcoba. Para mí me tengo que acabarás convirtiendo los dientes de quita y pon en erótica ventaja. Por prometer que no quede. Pero a ver qué les prometes a los niños cuando constaten que, más que hechuras de madre, tienes tontunas de abuela.