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Lilia Luján, con vocación astronáutica, circunnavega órbitas lunares en un espacio sideral interno y propio, donde esquematiza iconográficamente el testimonio de la terrena existencia silueteando ideogramas, alegorías, claves y signos crípticos que conforman un intrigante mapa astral de nuestro humano universo.
Lilia, se nutre de simbologías de una particular mitología ideológica racialmente heredada, que ella interpreta con trazos rotundos, ensamblando composiciones orgánicas de filigranas asimétricas en una interminable permuta de elementos simbólicos que flotan esquemáticamente sobre la finura de múltiples fondos de color, asociados con elegante fortuna.
Desde una perspectiva aérea, su obra tendría paralelismo con el extenso paisaje del altiplano de Nazca, pleno de imaginería gráfica zoomorfa; una nueva planicie plástica surcada por las perennes huellas de un pasado eterno, enriquecida en contrastes cromáticos y hecha para ser contemplada desde las alturas por los fantasmas latentes de los dioses voladores reverenciados en el continente que es origen, madre y cuna cultural de la artista.
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Cada obra, observada individualmente, provoca el deseo de ahondar en los vericuetos y descifrar las incógnitas urdidas en ella por números y letras situados sobre espacios y campos policromos, concordantes o vivamente contrastados, donde hace danzar a reconocibles formas de hombres y mujeres, entre sugerencias y alegorías a distintas especies de animales, emboscados entre manchas tonales, y esquematiza otras formas arquitectónicas constructivas, reduciéndolo todo ello a una síntesis lineal cosida con firmes pinceladas a la crudeza del soporte.
Fuertemente enraizada en la limpia síntesis expresiva de la más pura tradición de sus ancestros, su pintura es una obra esencial trazada básicamente en dos dimensiones y elaborada con la concisión de una abstracción algebraica con la que describiera el movimiento y contraposición de fuerzas vitales, y se presenta como el imaginable conjunto de una inmensa estela jeroglífica trazada sobre los modernos papiros de hoy: el lienzo, el yute, la tabla y los papeles, que Lilia Luján utiliza con soltura y amplia libertad en su trabajo creativo.
Lo que da total solidez a su obra es la evidencia de que ninguno de sus cuadros comienza y acaba en sí mismo, siendo cada uno de ellos un fragmento neuronal en la representación de lo variable e infinito.
Escultura
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Es inevitable para una artista con tanta carga tradicional histórica, volver a hundir sus manos en la tierra, filtrar la arena, poner al descubierto los espíritus sutiles de sus antiguos diosecillos estelares y compactarla para dar volumen de bulto redondo a las múltiples formas ya representadas de modo escueto en sus pinturas. Al fin y al cabo, sólo es un tributo material a la leyenda del origen del ser humano, hecho del mismo barro por el omnipresente alfarero celestial.
De parecido modo, Lilia va creando fantasiosos fetiches totémicos que ha puesto al día encuadrándolos en un surrealismo informal, con expresivas incorporaciones de fragmentos de imaginería tradicional en el rostro de sus figuraciones.
En algunos de sus trabajos se aprecia un cierto rastro de timidez, un deseo fugazmente sugerido de dar discreta cobertura a sus imágenes, haciendo que se rodeen a sí mismas con evidentes autoabrazos protectores.
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De este modo, envueltos y recogidos en su propia materia, no se tapan por pudor puesto que dejan al descubierto sus caracteres accesorios: relieves, formas y bucles lineales descriptivos que dan ritmo a las esculturas, estilizándolas caprichosamente.
Casi todas ellas portan sobre su cabeza el peso de símbolos atribuibles a una ignorada magia, o se rematan con insólitos tocados, coronas, penachos y cascos ornamentados.
No es esta imaginería un conjunto estático, sino que puede ser portado con uno mismo como elemento activo de compañía. Para ello, sus cuerpecillos disponen de diversas formas a modo de asas, brazos o finos elementos que les permiten ser trasladados a cualquier lugar secreto de nuestra intimidad.
En la historia de las civilizaciones, es habitual que se hayan acarreado, a cuestas o en el recuerdo, las imágenes de aquello que identificamos como amuletos de salvaguarda. Que cada una de estas estatuillas o figuras sean depositarias o no de ese don secreto y sagrado es irrelevante. Son, en sí mismas, lo que pretenden: una presencia material confortadora y bella.
Suele decirse que se termina viendo claridad al final del túnel de la vida. Puede que la ausencia de toda barrera física nos devuelva a la esencia de la energía, cuya representación más elemental es la luz. Quizá por eso, se me antoja que Lilia Luján ilumina su espíritu con lo que en su memoria debe residir de forma natural: la imagen inmutable del disco solar.
Gerardo Fontanes Pérez
Pintor y Galerista
Akros Gallery - Bilbao, España.
2006
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Lilia Luján (México, D.F. 1965) Artista multidisciplinar autodidacta, ha participado en más de un centenar de exposiciones individuales y colectivas en diferentes países de América y Europa. Cuenta con una copiosa obra en la que incluye pintura, escultura alternativa, arteobjeto, arte-rip, diseño de joyería, textiles, marcos y lámparas entre otras piezas de decoración. Sus obras se encuentran en poder de fundaciones, organizaciones culturales, colecciones particulares en México, EE.UU., Brasil, Venezuela, Italia, Francia, Alemania, España, Holanda, Dinamarca, Inglaterra, Japón y Rusia. Así como También en la Universidad Autónoma de Madrid y en la Universidad de Alcalá en España en las que su obra forma parte de su patrimonio artístico. Además del Museo poeta Javier de la Rosa (Gran Canaria, España), Museum of the Américas- Miami (USA), Claudio León Sempere-Museum of Fine Arts- (Buenos Aires, Argentina), Piag Museum (Florida,EE.UU), y el Museo AlmaFuerte (La Plata, Argentina).