Pinchar encima para ampliar la imágen (Ilustración Roberto Forero)
El aire de Febrero me roza la cara, un aire salvaje, fiero, aprendiz de huracán, un aire de este año más cálido que de costumbre. (Este año el mundo tiene algunos dictadores menos, tal vez sea por eso...) En la explanada de Vypich observo las piruetas de las cometas, los parapentes, y de las bolsas de plásticos extraviadas. Es un recorrido inexplicable, y tan impredecible como el de las palabras.
Por ejemplo, una vez escribí A veces se alargan los días y los silencios.
Me pregunto qué quise exactamente decir con eso. Sólo deduzco que lo escribí entre el solsticio de invierno y el de verano. Un día tal vez como el de hoy, con más luz que ayer pero menos que mañana. Con más palabras que ayer pero menos que mañana. Porque ahora las palabras se me alejan, me abandonan como si se fueran a otro continente y no quisieran regresar del exilio.
Se han arrojado desde un rascacielos (culpa de Rachmaninov y Kurt Cobain juntos) para alcanzar la velocidad de la luz y dilatar el tiempo.
Cuando se estrellen contra el suelo ya no habrá mundo, pero tampoco estará nadie para leerlas.
Y ¿qué van a hacer entonces ellas con tanta inmortalidad?